Por Waldemar Verdugo Fuentes.
TRES
La
sentencia del Sanedrín, la confirmación del Pretor romano y la anuencia de la
multitud no lo hacen rectificar para salvarse de morir crucificado. Llegados al
Calvario, Jesús asiste sereno a los preparativos de su muerte: se tendió sobre
el leño y le clavan las puntas de metal en sus manos y pies. No dice una
palabra y todos esperaban que declarara su error si se había equivocado, que
dijera la verdad si había mentido. Una sola palabra era suficiente para
librarse de la muerte, y Jesús al abrir los labios es para pronunciar: “Padre
mío, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Cuando su cabeza, incapaz ya de
sostenerse, se inclina sobre su cuello, ni siquiera se queja. Es tal su
sobrehumana presencia que cuantos le ven se convierten ahí. Uno de los otros
crucificados, el ladrón Dimas, a su lado, le dice: “Acuérdate de mí cuando
estés en tu reino”. Y Jesús afirma su divinidad respondiendo: “En verdad te
digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Él jamás se arrepiente, y si abre
los labios por última vez es para decir: “¡Padre mío, en Tus manos encomiendo
mi espíritu!” Las últimas palabras de un agonizante son como un juramento
final. Y llegamos a la conclusión que nos impone la razón: no se engañó porque
no era loco; no quiso engañar porque no era un impostor. Luego, razonablemente,
dijo la verdad.
El
Hacedor de Milagros prueba la sinceridad de Su palabra por su carácter. Siendo
la palabra la más alta manifestación de la inteligencia, luego, muestra su humanidad
por su palabra unida a su modo de ser y hacer. Porque es evidente que los
hechos de una vida, las obras, son lo que necesariamente define una personalidad.
Y si es obra de Dios, debiera tener un matiz que excluya la duda, o sea, al final
de un laberinto debe existir un constructor, aunque sea el mismo minotauro. Al
final, en la obra de Dios algo debe revelar infaliblemente Su presencia. ¿Cómo
se manifiesta en Jesús el poder “mágico” de Dios? He aquí una de las cuestiones
más controvertidas que rodearon su personalidad, por ser Hacedor de Milagros:
así lo afirman sus contemporáneos. ¿Se pueden probar los milagros que se le
atribuyen? O, más cabalmente, ¿existen los milagros?
Cada
ser actúa de acuerdo a su naturaleza. Un átomo actúa como esperamos que actúe
un átomo: de acuerdo a sus energías de resistencia y cohesión. Un animal actúa
de acuerdo con su instinto y costumbre. Un hombre actúa de acuerdo con su
inteligencia. Si Dios ejerce poder absoluto en la naturaleza, a través de la cual
reconocemos Su obra, ¿cómo Dios no podría ejercer su soberanía? Para esta
actuación, el lenguaje humano (ese ropaje en que se envuelve la verdad) ha
inventado la palabra “milagro”. Es decir, un acto maravilloso tan extraño como
el mismo misterio que hay detrás de Jesucristo.
Lo común es decir que un milagro es imposible, pues se opone al orden
lógico. Pero, si todos los seres tienen derecho de manifestarse de acuerdo a lo
que es propio a su naturaleza, ¿a Dios le estará prohibido expresar su poder de
acuerdo a Su naturaleza? ¿El no puede obrar en Su creación?
O
Dios existe y es omnipotente o no lo es y no hay Dios. Por esto las personas responsables
creen en los milagros. Ya que negarle a la naturaleza primigenia poder de
intervención en su universal sinfonía, equivale a negar su existencia. Es necio
descartar un milagro. Sin embargo, un escéptico dice: “Es contradictorio que
Dios cambie, que Él retoque su obra, que modifique hoy una ley que dio ayer”.
Pero, incluso en la legislación vigente, las excepciones de una regla se
establecen junto con ella o en ella misma. Y si es bueno para nosotros ¿Por qué
ha de ser indigno de Dios hacer excepciones? ¿En qué se opone la excepción a su
Sabiduría? La excepción milagrosa es uno de los rasgos más bondadosos del Dios
cristiano, y es la razón de que Jesucristo anteponga el perdón a todos Sus
atributos.
Se
ha dicho también que un milagro perturbaría el orden del universo. Pero, ¿quién
puede probar que la armonía del universo se acabaría con un milagro? ¿Las leyes
terminan cuando se aplica una excepción? Cualquier nave aérea impide que se
cumpla la ley de gravedad natural al planeta, un niño saltando una cuerda está
rompiendo ese orden natural, ¿provocan un trastorno en la armonía del universo
o se produce alguna catástrofe? Las cosas de afuera están para servir a las
cosas de adentro: el orden espiritual y su crecimiento es el fin primero de la
naturaleza; es la evolución interior el fin primero de la vida (la naturaleza
siempre favorece a los que desean salvarse), y la materia y las leyes que la
rigen existen para servir a la perfección espiritual.
Se
diría que los milagros, más que una excepción de la ley, son el complemento de
ella, en manera más sabia porque abarca todas las excepciones y comprende no
sólo al mundo físico sino también al mundo moral. Un milagro es la suprema
dignidad natural. Hay científicos, sin embargo, que plantean de imposible a un
milagro porque las leyes de la naturaleza son inmutables. En el siglo XIX se
estipulaba así. A partir del siglo XX, tildar de inmutables a las leyes físicas
hoy resulta anacrónico. Al probar la ciencia (con Einstein a la cabeza) que
nada es absoluto, que todo es relativo, estaba en verdad enunciando que el
universo fue, es y será infinito. Junto con declarar Einstein que no se puede
aceptar nada que no haya sido comprobado con certeza, se negaba a creer que
Dios juegue a los dados con el universo. Cuando, poco antes de fallecer en
1955, alguien le preguntó si creía en Dios, este hombre sabio respondió con
otra pregunta: “Dígame, ¿cómo podríamos llamar a ese alguien que pudo crear
algo que jamás tendrá fin?”. Ya había declarado que la ciencia sin religión es
tonta, y que la religión sin ciencia es ciega.
Luego de Einstein y los pioneros científicos lo que se sabía sobre la
ciencia natural varió prodigiosamente, y el cálculo de probabilidades tomó gran
importancia en las ciencias físicas, al descubrirse que las leyes de la
naturaleza no son rígidas, como se creyó antes del siglo XX. Y aún admitiendo
la inmutabilidad de las ciencias naturales, estas ¿son inmutables para quién?
¿Para nosotros? Es lógico porque cuando nosotros vinimos las leyes ya estaban.
Pero, ¿son también inmutables para su creador? Y si Dios no existiera ¿cómo
hablar de leyes si no hay legislador? ¿Cómo mencionar un plano negando al
constructor de planos?
Decía
Cicerón: “¿Quién es tan imbécil que mire al cielo y no piense que Dios existe?”.
Para León Tolstoi, "El único sentido de esta vida consiste en ayudar a
establecer el reino de Dios". Escribió Arthur Schopenhauer: “A quien todo
lo pierde le queda Dios todavía." Para Immanuel Kant: “Es absolutamente
necesario persuadirse de la existencia de Dios; pero no es necesario demostrar
que Dios existe.” Escribe San Agustín: “Dios nos hizo para Él, y nuestro corazón
estará inquieto hasta que descanse en Él.”
En
lo que nos concierne, de lo que creemos que se esconde detrás de la palabra
“milagro” depende o no como antecedente de la divinidad de Jesucristo. ¿Qué
entendemos por milagroso? ¿Cualquier hecho inexplicable que se pueda atribuir a
una fuerza desconocida? ¿Un fenómeno atribuido a intervención natural? Creemos
que un milagro es un hecho sensible, fuera de nuestras leyes naturales, y sólo
explicable por un poder sobrehumano. No interesa que sea público o privado,
deseado o inesperado. Entonces, un milagro debe ser un hecho controlable por
los sentidos, real, fenoménico. Si es un hecho conocido por testigos, es a
través de ellos que podemos enterarnos de cómo sucedió. Los milagros de Jesús
están escritos por quienes los presenciaron; se pueden establecer como un hecho
histórico, que ocurre aparte del orden natural; que es donde reside su fuerza,
por lo sorprendente. Se puede aducir que no podemos controlar un milagro por su
calidad de hecho anormal, debido a que no conocemos todas las posibilidades de
la naturaleza.
Sí,
es verdad que ignoramos lo posible pero sabemos lo inmediato. Ignoramos, por
ejemplo, la fuerza del pensamiento pero sabemos que no podemos alimentar a
varias miles de personas con cinco panes, o resucitar a un muerto. Se ha
avanzado lo suficiente como para saber cuando un hecho es antinatural. Todos
los acontecimientos naturales suceden sometidos a ciertos principios,
demostrados por la experiencia, en los cuales sienta sus bases la investigación
científica y los conceptos fundamentales de la filosofía de las ciencias. Estos
principios son: causas iguales producen efectos iguales; efectos semejantes
provienen de causas semejantes; seres semejantes tienen propiedades semejantes.
La naturaleza se manifiesta uniforme y es lo que se llama argumento “de analogía”,
empleado en la física y la química, en la biología y en toda ciencia positiva.
Estos son los principios en que se
fundan las leyes de la naturaleza, de acuerdo a como hoy la entendemos, en este
momento de nuestra historia. Cuando al momento en que un hecho se aparta de la
dependencia de estos principios, el suceso queda fuera del orden natural. Por
eso no nos parece natural que un hombre camine sobre el agua o que un ciego vea
con sólo una palabra de sus labios.
Luego, un milagro debe probar su origen sobrehumano, es decir que no pueda
atribuirse sino a Dios. Desde el momento que de una u otra forma sea posible
explicar el suceso, ya no es milagroso. ¿Es posible comprobar el origen divino
de un hecho extraordinario? Sí, a través de la huella del espíritu del bien,
que es todo lo contrario de la huella que deja el espíritu del mal. Por sí
mismo, el milagro debe aparecer digno de Dios, no produce miedo ni causa daño
alguno. Ha de considerarse la excelencia moral del Taumaturgo: Dios no afirma
una mentira.
Por
ello un milagro está bañado en cierta esencia moral que consiste en no dañar
advertida ni inadvertidamente a nadie. Luego, si el milagro no aparta de la
verdad sino que conduce a ella, se puede concluir que el prodigio que testifica
es divino. Si el hecho milagroso perturba la conciencia, si daña, si causa
asuntos opuestos al crecer interior, evidentemente no es Dios quien está ahí.
No es necesario repetir que la voluntad obstinada no cede al milagro, porque
entraña cierta disposición de buena voluntad para tratar con Dios. Es Él quien
antes nos busca, por esto, el que le busca debe preguntarse primero: “¿Él me
buscaría a mí?”. Hay quienes esperan un milagro como una prueba aplastante de
la superioridad de Dios sobre el hombre, como el golpe final de un duelo, que
no existe en verdad. Que el único desafío posible para el hombre es consigo
mismo. Hacer bien lo que se tenga que hacer, liberando, a la vez, todas las
cosas de la servidumbre de un fin, al decir de Nietzsche: “En las cosas encuentro yo esta seguridad bienaventurada:
que todas bailan con pies de azar”. O en el Eclesiastés: “Así como ignoras por
dónde viene el espíritu y la manera cómo se compaginan los huesos en el vientre
de la que está encinta; así tampoco puedes conocer las obras de Dios, Hacedor
de todas las cosas”. Decía el escritor Jorge Luis Borges: “Es cierto que hay
ciertas cosas en el Universo como para pensar que hay un Orden, oculto pero un Orden al fin… la vida es tan
extraña que hasta es posible que exista la Santísima Trinidad.” Y es famoso el
proverbio: “La necesidad no admite ley.”EL HACEDOR DE MILAGROS
Waldemar Verdugo Fuentes
(Publicado en Fragmentos en Revista
"Vogue" y
Diario
"El Mexicano", B.C.N.)ILUSTRACIONES
Fragmentos Publicados en Papel Vegetal.
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