viernes, 21 de marzo de 2014

EL HACEDOR DE MILAGROS por Waldemar Verdugo Fuentes

-EL HACEDOR DE MILAGROS: Libro publicado por entregas en periódico El Mexicano B.C.N. cadena OEM, 19 de abril al 6 de mayo de 1990. ISBN 978-956-353-461-0 Este libro reúne una serie de escritos publicados originalmente en papel vegetal en México, casi siempre obedeciendo su edición a las necesidades del espacio periodístico. Acá queda todo el texto unificado. ¿Debo, acaso, decir que El Hacedor de Milagros trata de Jesucristo, hijo de María, el Dios vivo de millones de hombres? Los intelectuales del siglo XIX no creían como Nietzsche en que Jesucristo el Hijo de Dios ya estaba muerto; pero tenían la confianza en que lo estaría en el siglo XX. Hoy, algunos dicen, incluso, que el siglo XX fue Su siglo. Lo que se reflejó en Jesucristo cruzando la época entre múltiples ofrendas, y ya en el último tercio con la franca reverencia de la juventud, que lo hizo Superestrella. Este libro, entonces, es un jirón de esa época gloriosa. http://www.amazon.com/dp/B00GUPS4K2

sábado, 1 de junio de 2013

EL HACEDOR DE MILAGROS

EL HACEDOR DE MILAGROS
Por Waldemar Verdugo Fuentes.

(FRAGMENTOS DE LA EDICIÓN EN PAPEL VEGETAL)

“TODOS LOS RÍOS ENTRAN EN EL MAR” (Eclesiastés)



PALABRAS AL LECTOR

Esta cartita al lector me permite decir que los textos aquí reunidos, a excepción del relato "Del Ave Fénix", escrito para una revista académica, fueron originalmente publicados en papel vegetal. Este libro reúne una serie de escritos publicados originalmente en México, casi siempre obedeciendo su edición a las necesidades del espacio periodístico.  Así, el texto acerca del Hacedor de Milagros fue publicado en el diario “El Mexicano”, sucesivamente en Semana Santa de 1990. “Nacimiento con Reyes Magos” fue publicado originalmente en fragmentos en el número de Navidad de Vogue en 1982, 1983 y 1984. Este libro es un testimonio de un joven que se hizo hombre con Jesucristo Superestrella de música de fondo.

   ¿Debo, acaso, decir que El Hacedor de Milagros trata de Jesucristo, hijo de María, el Dios vivo de millones de hombres?  Los intelectuales del siglo XIX no creían como Nietzsche en que Jesucristo el Hijo de Dios ya estaba muerto; pero tenían la confianza en que lo estaría en el siglo XX.  Luego en el Progreso se creyó que la sabiduría alcanzada por la inteligencia humana no dejaría lugar para supersticiones religiosas, propias de las sociedades antiguas. Y aquí estamos, en un nuevo milenio, y Dios vivo gozando de excelente salud. Hoy, algunos dicen, incluso, que el siglo XX fue Su siglo. Lo que se reflejó en Jesucristo cruzando la época entre múltiples ofrendas, y ya en el último tercio con la franca reverencia de la juventud, que lo hizo Superestrella. Este libro, entonces, es un jirón de esa época gloriosa; cuando Su fuerza irresistible se detuvo inesperadamente; cuando Su tendencia poderosa no se evaporó.

   En gran evento del siglo XX fue su férrea voluntad en el Dios hecho hombre. Y las ropas de los jóvenes con el rostro de Jesucristo impreso, en forma de calcomanía a flor de piel, o la música enorme inspirada en El que se ha conservado de la época, son un testimonio fiel y delicadísimo de nuestra humanidad.

   El siglo XX fue la era de las ideologías: las probó todas, y de entre tantas eligió la del Dios hecho hombre. El gran evento de las gentes de la época -abrir el camino a las estrellas- fue guiado por una férrea voluntad en Su palabra. El siglo reservaría a este Dios hecho hombre los más altos honores. Digamos que antes lo intuíamos pero desde entonces tuvimos la certeza de que a las personas no les apetece no creer en nada.

   Cada escrito viene precedido por una carta epistolar del Deán de la Catedral de Santiago, historiador don Fidel Araneda Bravo cuya amistad me honró y fue un apreciable estímulo en mi vida.  Le conocí en 1968 cuando llegué a la Sociedad de Escritores de Chile, donde le veía cada lunes;  a partir de 1973 y por casi dos décadas mantuvimos contacto epistolar; los escritos que conforman este libro los fue leyendo don Fidel desde entonces, corrigiéndome, remplazando o agregando una fecha; a esto se debe, entonces, la forma de los comentarios suyos que aquí incluyo, recibidos de manera epistolar.

   En su diversidad, estos escritos están secretamente construidos como un testimonio de fe en quien dijo: “Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Así, también es una peregrinación personal. No es un trabajo piadoso. Es una investigación de ideas acerca de Jesucristo que no rehúye tópicos difíciles, en un espacio jamás suficiente. Aquí hablo de por qué se Le ha cuestionado y de la razón de Su gracia y de Su vida entre nosotros como hombre. También hablo de la necesidad del Bien que siempre triunfa sobre el mal como principio natural. Trazo unas líneas, también, acerca de la posible existencia de vida en otros planetas y, de comprobarse esta, cómo podría ser renovada nuestra propia visión del Dios hecho hombre, (“en un planeta lejano, alguna vez, quien escuche hablar de Jesucristo, al mismo tiempo, oirá hablar de un verídico hombre y de un verídico Dios”, dijo el Deán Fidel). Este ha sido un trabajo que tomó años, en que he llegado a descubrir que en verdad la certidumbre interna de cierta perfección humana es posible en nuestra propia medida, como reflejo de lo mejor que debe existir en cierto lugar vedado a esta vida nuestra.

   Por supuesto que las respuestas que pude encontrar y que aquí narro, son perfectamente personales y, por lo mismo, sólo concernientes al entendimiento del lector. Que cada cosa es para cada cuál. Estoy contento con este esfuerzo. Me complace escribir que he llegado a los cuarenta y tanto años  con cierta fe intacta en alguien que nombra las cosas. Es válido el que solo trate de compartir con el lector esta fe en el Hacedor que tenía la virtud de ser uno igual a nosotros, a mi y a ti, lector, mi semblante.

   Cuando vino Jesucristo a la Tierra, el Imperio romano era un hervidero de cultos y tendencias. Estaba la zona inundada de políticos y otros manipuladores de las personas, de promiscuos e ideólogos de extrañas religiones; cada uno proclamando sus costumbres y normas a la medida de su propia idea de salvación. A las intrigas y asesinatos comunes entre los regentes imperiales, con los políticos dividiendo para reinar, se unía la cohorte supersticiosa del pueblo: como los fanáticos de la diosa egipcia Isis, hermana y esposa de Osiris (al que su hermano Seth mató, descuartizó su cadáver y enterró los miembros en lugares dispersos), en cuyo nombre sus seguidores de cabeza rapada conducían a los hijos pequeños en pleno invierno a las aguas congeladas del río Tíber, "a lavar sus pecados". Otros ciudadanos eran servidores de una diosa siria, Ida, y en su nombre corrían por las calles ciertos días marcados, azotándose y acuchillándose, recogiendo su propia sangre y bebiéndola para limpiar su alma. En sus templos se adoraban unas siete mil divinidades menores y unos cincuenta dioses mayores, envueltos cada uno en sus propias historias sangrientas.

   En la Vía Apia, que cuando irrumpió el cristianismo ya tenía dos mil años de uso, se mezclaban los carros tirados por caballos con las caravanas de Oriente, las literas de opíparas damas con filas de harapientos mercaderes llegados de quién sabe dónde y esclavos acollarados; los opulentos tenían miles de esclavos, y el individuo libre, el más pobre, contaba, por lo menos, con uno a su servicio. El Imperio romano era herrumbre y oro; los templos  blancos  como la nieve  y  sus  palacios brillantes al sol e iluminados soberbiamente de noche se mezclaban con viviendas oscuras y superpobladas, que eran construcciones arquitectónicas en forma de cajas superpuestas, no diferentes a nuestros actuales edificios de departamentos, mínimos espacios hacinados unos sobre otros, sin resquicio casi para ver el cielo, tan junto un vecino a otro como en los asientos del circo: allí el asesinato era vitoreado por las multitudes. Roma ardía. Los vecinos honorables estaban perplejos, no sabían a quién otorgar su lealtad y se desplazaban en rápida sucesión de un culto a otro en búsqueda de un vínculo serio; si no se podía confiar en los regentes ni en los sacerdotes, ¿en quién, entonces? Es en ese momento cuando surge Jesucristo con su visión coherente del mundo, ofreciendo y enseñando los principios de un fuerte marco institucional, capaz de garantizar su propia continuidad en base a la igualdad de todas las personas.

   La prédica del Hacedor de Milagros en su aspecto ideológico no ha sido superada; en dos mil años, que se sepa,  no ha surgido otro pensamiento que se le iguale, ni siquiera que se le acerque, aún cuando, desde la época romana se hizo todo lo humanamente posible por reprimirlo. Sería infatigable solo enumerar los caminos que se han intentado para silenciarlo en estos primeros dos mil años, en que no se planteó ninguna cuestión auténticamente nueva, ninguna que no hubiese sido debatida hasta el cansancio.

   Podríamos, rozando al menos, soslayar, por ejemplo, las ideologías que hemos conocido del siglo XX, entendiendo la ideología como una forma de fe movilizada, porque, se sabe: las ideas nacen por una necesidad implícita de creer en algo. Por esto, cada ideología tiene aspectos religiosos, aunque tienden a ser negados con mayor velocidad que la religión porque vienen a quedar vinculados con individuos históricos, quienes al ver socavada su autoridad por divisiones políticas usuales, imágenes quebradas o lo que sea, transmiten el desencanto a la ideología misma. Entonces, hemos visto fracasar con estrépito imperialismos totalitarios y colectivos burocráticos. Conocimos una llamada Nueva Izquierda, que no respondió en absoluto a los que esperaban con ella acabar la confusa búsqueda de la primera mitad del siglo, desembocando en los bárbaros sucesos de 1968, cuando ella misma se convierte en parte del problema.

   ¿De dónde nació la nueva izquierda? De la vieja izquierda, o sea del marxismo ortodoxo desacreditado. Hasta los años sesenta la política y la cultura eran de izquierda porque eran anti-institucionales, que fue el contexto fundamental de la expresión social de esa época. Pero la Revolución tecnológica -la salida del hombre al espacio exterior, el brote del reino digital- todo hizo nacer entre los jóvenes un cierto respeto a la institucionalidad que había logrado saltar de los enormes tomos a los bits. Luego, no se trata de destruir la institucionalidad, sino de transformarla, de hacerla mejor, más accesible. Y los jóvenes exigieron que se reconocieran sus derechos, por ejemplo, a la educación, pues, al atravesar un umbral de tal magnitud se preguntaron: "¿podré acceder a la nueva época?", "¿se me permitirá  avanzar?". Generándose altas presiones y  ansiedades que les instaron a tomar lo que estaba a mano: el marxismo, pero no sometidos a las pomposas fórmulas de la ideología antigua, sino a la que promulgaron Lukács, Brecht, Gramsci, y otros nombres que se hicieron símbolos para legitimar actos jóvenes. Irónicamente, los jóvenes de entonces elevaron a Marcuse como gran mentor, siendo que Marcuse argumentaba en "El hombre unidimensional" que un fenómeno como la nueva izquierda era imposible en una sociedad tecnológica. Y  la conclusión fue trágica con las miles de vidas frescas inmoladas en Varsovia, París, México...los sobrevivientes quedaron preguntándose si en verdad existe un yo verdadero. Y de las cenizas de sus muertos nació una búsqueda desolada, que nos llevó a los que vendríamos después a entender el nuevo orden como un fenómeno pre-religioso (que eso, y no otra cosa es el mundo digital) haciéndose sembradores en terreno regado con su propia sangre, y del que había de nacer la nueva afirmación, necesariamente espiritual por ser lo único que conocemos de la eternidad.

   No hay otra explicación posible a la fenomenal efervescencia que despertó la figura de Jesucristo a partir de la década de 1950. Nada fue en vano. Somos herederos y hemos aprendido del derrumbe de autoridades religiosas tradicionales, de diversas tendencias compitiendo entre sí mismas: el racionalismo (con impulsores que van de Descartes a Spinoza, de Leibniz a Voltaire y Diderot); el escepticismo (desautorizando todo juicio dogmático y la posibilidad de un conocimiento objetivo de la realidad); el esteticismo (Baudelaire, la vida de Nietzsche); el existencialismo (variando entre la religiosidad de Kierkegaard y el ateísmo de Sartre); los fanáticos políticos que llevaron a dos guerras mundiales... todas propuestas fallidas que dejaron a los pobres más pobres aún, si es posible, a los más desprotegidos aún más desprotegidos, con las mismas lacras que afligían al Imperio romano cuando nació el Hacedor de Milagros, que irrumpe denunciando las necesidades como resultado de malas políticas, de malos servidores públicos que solo manipulan al pueblo para servirse de él por sus propios intereses.

   En esta vida nuestra de cada día hay una época de siembra, un tiempo de crecimiento y plenitud y una época de madurez; y no hay forma de pronosticar cuándo ni cuánto ha de afirmarse en el alma del pueblo. Históricamente, en la búsqueda espiritual se funden la cultura y la religión. Y hoy, más que antes, sólo puede ocurrir un renacimiento religioso en la esfera de la cultura, por ser la única forma de responder a los predicamentos existenciales derivados del adelanto de la técnica y la ciencia que enfrentamos. Un renacimiento así por ser la religión y las artes la manera en que se expresa el significado de la existencia en la forma más íntima posible. No por nada se dice que las gentes del siglo XX entrábamos al cinematógrafo como se entra en un templo, reverentes. Lo que no quiere decir que una vez convencidos acerca de la verdad de una religión, sea ésta confinada a la esfera de la cultura. No, de ninguna manera. Ya sabemos que el hombre de cuatro patas miró al cielo y sus estrellas y se puso de rodillas ante tal magnificencia, pero, luego, se preguntó cómo era posible tal maravilla, y se levantó  en sus dos pies. Vio, se preguntó y comenzó a elevarse, naturalmente.

   Desde siempre tuvimos necesidad de explicarnos los temores y las perplejidades de la existencia, es que no hay conocimiento de ninguna sociedad que se las hubiera arreglado para subsistir sin algún brote de carácter religioso. Por excelencia, la respuesta más coherente a la búsqueda espiritual ha sido la religión, que se deriva, entonces, de nuestra confrontación con la naturaleza. Y es a partir del siglo XX que esta confrontación se intensificó, por la misma expansión de las fuerzas o posibilidades humanas de adentrarse en los misterios, justamente, de la naturaleza. De ahí que la nuestra sea una época inestable, aunque, se sabe, la ventaja de la inestabilidad es que inevitablemente conduce al equilibrio, sin otra salida posible.

   El pensamiento político requiere estar equilibrado por la religión. Hay tendencia a olvidar, por ejemplo, que varios precursores del socialismo marxista consideraban a éste como religión: en Francia, Saint Simon le llamó "Le Noveau Christianisme", como tituló su libro famoso. Se narra que en algunas de las nuevas sesiones de estos inéditos apóstoles, "los discípulos tuvieron visiones de Cristo"; sin embargo, se quedaron atorados en la condición humana: no tuvieron visión para ofrecer respuesta a los más antiguos problemas del ser interior, como la muerte, en que no teniendo nada qué decir acerca del más allá, se hizo pretencioso exigir la lealtad más acá, del hombre inmediato, que tiene entre sus necesidades primordiales obtener una explicación o consuelo ante el destino trágico de la vida. ¿Acaso no es una tragedia tener que morir? A cada uno según sus necesidades y cada cuál según sus posibilidades es válido si tiene continuidad; en la práctica, el marxismo no plantea una visión cosmogónica plena, y eso decidió su derrumbe a finales del siglo XX. Lukács solía decir que "el marxismo no tiene nada que ver con la vida después de la muerte, porque el intelecto se desintegra con el cuerpo y no hay más que decir".

   Sin embargo, el hombre es él y su imaginación: ya camina en otras estrellas, anulando, en principio, problemas que antes parecían imposibles, como el de la sobrepoblación, ¿quién duda que en el futuro muchos hijos de nuestros hijos vivirán en otros planetas? Es cierto que al marxismo le faltó el elemento mágico, pero nos legó un anhelo de igualdad, o nos recordó algo que Jesucristo había dicho antes. Al cabo, el Hacedor de milagros fue quien dijo que es noble sólo el que sabe comportarse como tal. En fin que la religión, en su sentido cultural, es un esfuerzo por dar una respuesta que trascienda el tiempo y el lugar particulares; es un legado de humanidad, que de no existir terminaríamos acabados como especie, ya que, fundamentalmente, cesaría el respeto por la vida, que, de cierto, es lo único que tenemos. Lukács, en particular, se había empapado en el pensamiento de Kierkegaard (el teólogo de la crisis), y se perdió en él. Kierkegaard mismo fue más cauto: se hizo cristiano. El propio Carlos Marx predijo un nuevo orden, no alrededor de su pensamiento, sino, paradojalmente, anunciando un segundo Advenimiento: "La generación actual se parece a los judíos guiados por Moisés a través del desierto. No solamente tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que también debe perecer para dejar espacio a gente que estará  a la altura de un mundo nuevo".

   Entonces, fue la falta de un sentimiento de lo trascendental que hizo poco satisfactorio al marxismo, instando al cambio de rumbo histórico de la entonces URSS de los últimos estertores del siglo XX. Fue en la práctica donde se inició la insatisfacción, porque el estalinismo estableció nuevas jerarquías y privilegios tan enormes como los que había remplazado, transformándose en un régimen absolutista gobernado por el Partido que destruía a quienes no se le sometían. Los cambios acaecidos terminaron de enterar al pueblo que los líderes comunistas, a imagen y semejanza de los líderes capitalistas, vivían en la abundancia desmedida mientras los trabajadores y la tercera edad que había trabajado carecían de todo.

   El caso es que todo se dio para que las potentes y subterráneas inclinaciones de esos pueblos emergieran a la superficie. Especialmente en la zona ex-zarista misma, donde puede decirse que el medio ambiente frío naturalmente y su trágico pasado histórico tiende a dramatizar el sufrimiento, si es que se puede citar así el  ánimo de un pueblo abierto más fácilmente a la búsqueda de un orden espiritual para no ser destruido por el desorden social reinante. Porque durante generaciones las ex-Repúblicas socialistas soviéticas vivieron ad nauseam los grilletes del Estado, permeando un sentimiento de total desamparo del individuo frente al poder totalitario. Y tendrá repercusiones insospechadas, si acaso hermanadas a las que van siendo ya visibles en las zonas entristecidas por los asesinatos masivos de 1968, que en Chile, en particular, a manera de carambola, desemboca en los tristes sucesos de 1973, cuando es derrocado Salvador Allende. Y que había de llevar, acá  y allá, a los surgidos de esa marea teñida de sangre, a cierto estado distinto de conciencia, por el acontecimiento inmediato que vivimos de niños o por la experiencia que vimos sufrir a nuestros padres, en un momento aunado al soberbio adelanto en las comunicaciones que ha conectado técnicamente a toda la civilización, desmitificando nuestra sociedad de los seudo-héroes que tanto daño hicieron en el pasado. Hoy, en tanto, tan pronto aparece uno de estos, es trivializado por la televisión. Con todo el espectro de la manipulación que tenemos encima, aún así, el acceso maravilloso a la comunicación instantánea nos permite saber qué dicen unos y otros, creándose cada vez más una fuerte reacción contra mastodónticos organismos otrora infalibles. Porque si bien en los sesentas era aún posible ocultar algunos hechos, veinte años después ya no, pues casi todo el mundo estaba conectado, tenía acceso. El cambio fue brutal. Porque si bien los hechos de 1968 pasaron casi ignorados para gran parte de la población, solo un año después la llegada del hombre a la luna fue seguida por casi todo el planeta, y dos décadas después podíamos ver una guerra en vivo y en directo desde el Golfo de Persia, causando estupor mundial.

   Hoy cualquier absolutismo es repudiado, se ven obsoletos de inmediato los dictadores y terroristas, que huelen a podrido. Sean de izquierda o de derecha, como se dice, porque la gente ahora sabe que, en verdad, no hay ninguna diferencia entre la mierda de gato y la mierda de perro. Hoy el pueblo, cada vez más, puede comparar, ve en vivo y en directo cómo la gente está  siendo usada y se da cuenta de que es él mismo quien está  allí, en otro país, en otro lugar pero en ese mismo instante; es el despertar de lo inmediato que hace patente su desprotección porque la ve cara a cara: "también quiero ser feliz, ¿por qué yo no?".

   En nuestra época de cambio de milenio pareciera propugnarse cada vez más profundamente por la dignidad del individuo, se retorna a instituciones pequeñas, a comunidades que sí cuidan de sus miembros, como la familia, por ejemplo, o a otros grupos de voluntarios enfocados su quehacer en la situación de la persona. Entiéndase, no se trata de grupos de culto como los que estuvieron de moda en la segunda mitad del siglo, que derivaron puramente en la crisis sicológica que acarreó el llamado fracaso de la terapia; no, ahora se trata de un sentimiento de comunidad y en eso es marcadamente diferente. Los grupos innumerables de California (I'am Curious, Catch 22, Mash...), los grupos europeos (Beatniks, Punks), los coléricos internacionales, los latinos "niñitos" de María Sabina o el peyote San Pedrito de Atacama, fueron abusos escudados en el esteticismo que exaltó "Les Caves du Vatican", donde el protagonista resuelve asesinar a un desconocido sólo para demostrar que puede ejercer un poder ilimitado, de que puede ser como Dios. Todos grupos que fueron ineficaces por su inspiración en tierra de nadie, expirando, en consecuencia, con sus protagonistas. Sería sin embargo injusto no afirmar que cada uno de estos movimientos han dejado una pincelada visible en los jóvenes actuales, los que florecen en el año 2000, en que, igual como los jóvenes de antes, son movidos por cierta ingenuidad que es gracia del hombre.

   Así este fracaso de los "ismos"  como de las religiones políticas, es lo que también se ha transmutado en impulso para la nueva disposición del espíritu que insufla este cambio de milenio. Por eso es éste un momento preciso para hablar también de cierto universalismo de credo, porque es un momento en que el regionalismo es cosa del pasado. Ya nadie habla de Oriente u Occidente: el mundo hoy es uno solo. Y es verdad que para el pueblo universal de ahora es secundario que el cambio venga de allá o acá. En todas partes, se sabe, la fe siempre ha sido una potente fuerza del pueblo. Y de cierto es una fuerza viva, de  ánimo colectivo, esta fuerza que anida en el corazón del pueblo que hoy se ha hecho universal.

   Es cierto que los pueblos de raza amarilla fueron el primer conglomerado que habló de un Dios único, que en China nombraron Tao: una idea que fueron olvidando con el tiempo hasta que, en el siglo VI antes de Jesucristo, había de rescatar Lao-Tsze, "el que nació anciano", en su libro famoso el "Tao Te Ching". La idea antigua de China es que por encima de cualquier otro principio aún hay Tao, que, en su sentido más universal, es a la vez ser y no-ser, pero que además no es realmente diferente del no-ser en cuanto éste contiene el ser: principio primero de toda manifestación que se polariza en esencia y sustancia (o cielo y tierra) para producir, efectivamente, esta manifestación. El hombre aparece en el taoísmo verdaderamente como síntesis de los 10000 seres (para los chinos el número 10000 corresponde al infinito); es decir, somos, como especie humana, una síntesis de todo cuanto está contenido en la integridad de la existencia, que es Tao. Si hay que dar un nombre a Tao (que para ellos no puede realmente ser nombrado), se le llama la Gran Unidad, el Dios único del primer hombre; una idea de universalidad que late, entonces, en la memoria histórica de esos pueblos. Ya acunada. Dispuesta.

   Lo cierto es que síntomas de una gran familia universal, del gran mestizaje que florecerá  en el tercer milenio, han sido augurados por voces preclaras del siglo XX de todos los pueblos de la Tierra. Así es como en los pueblos de la ex-URSS, rusos ilustres como Pasternak, Brodsky, Sinyavsky, Solyenitzin, grandes poetas han afirmado que sus gentes están listas para un resurgimiento del espíritu religioso, que la fe se convierte en un monstruo si no está  fincada en una auténtica comunidad humana. En la práctica, en Moscú, por ejemplo, esto significa el abarrotamiento de varias decenas de iglesias católicas nuevamente legales, con el regadío de la palabra hasta hace poco sólo escuchada en la clandestinidad, con la subsecuente atracción de lo que ha sido develado después de mucho tiempo, aumentando, si es posible, aún más el dogma cristiano y su belleza (sea, en verdad, la iglesia que sea).

   Fenómeno éste que se ha convertido en un foco de atracción enorme para otras sociedades tradicionalmente tibias, como la de nuestros países de América, en que se cree en lo que representa la iglesia, el templo, la ermita o como se llame, pero se va poco. Hoy por hoy, el fenómeno de los templos vacíos que comenzó a afectar a la iglesia Católica a partir de finales del siglo XX, juntamente con el rebrote de la fe en Jesucristo, quizás por qué dialéctica histórica, es un fenómeno que se ha extendido a todas las iglesias cristianas. Es como si los creyentes hubieran encontrado lo que antes les daba la iglesia en el lugar mismo de su corazón, en la familia, en los grupos amistosos solidarios que se forman naturalmente al margen de cualquier dogma establecido.

   En esto, nuestra experiencia es diametralmente opuesta a esos pueblos que conformaban la ex-URSS; se diría que nosotros estamos llegando a Dios por el hartazgo de la religión esquemática y ellos por el hartazgo de una falta de esquema religioso, de una liturgia que en ciertas iglesias a nosotros nos parece francamente obsoleta, y que ellos, sin embargo, sólo ahora pueden descubrir luego de la censura oficial. Por supuesto que también se aparta, en especial de la experiencia de nuestra América plena, porque sus imagos son también diferentes: mientras nosotros hemos cultivado nuestras frustraciones en alguna comuna de California o del Valle del Elqui, buscando respondernos ¿cuál es el verdadero yo?,  ellos, los jóvenes rusos, en tanto, han estado un siglo sometidos a la presión de una atmósfera asfixiante, sin tiempo, medios ni energías para colorear la angustia íntima.

   Hay otro aspecto que ahonda aún más la diferencia de esos pueblos con los otros del planeta: los modelos de los jóvenes rusos son los héroes y antihéroes de su literatura (especialmente de la escrita en el siglo XIX). Cuando Lenin afirmaba: "no toleraré Oblomovs", era entendido de inmediato por su pueblo, para quien Dostoievsky y los personajes de sus novelas son casi de la familia. Si un ruso habla de "Ivan Karamazov" o "Raskolnikov" o "Bazarov", se refiere a ellos como si se tratara de personas de carne y hueso, en relación a los cuales juzga el carácter y sus propios actos individuales. "Es un Oblomov" dicen de alguien irresponsable y desleal...Porque es enorme la influencia que ejerce la literatura en esos pueblos, lo que crea en ellos una crisis distinta también: no sufren de crisis de identidad (de falta de modelos que seguir como nos ocurre a nosotros), pero sí sufren de crisis de identificación: "¿con quién me identifico?". Es que dudosamente otra escuela literaria ofrece tantos modelos como la rusa. Entonces, ¿qué sucederá  cuando, en verdad, aspiren a un solo modelo que contenga lo mejor de todos, ahora, cuando los arquetipos censurados ya no lo son más? Al fin y al cabo, el modelo por excelencia que les ofrece su iglesia más extendida, la Ortodoxa, es el Jesucristo primitivo, el que dijo que era más fácil que entrara un camello por el ojo de una aguja a que entrara un hombre rico en su reino, el mismo que sacó a golpes e insultos a los comerciantes del templo, el mismo que despreció largamente a todos los políticos de su época.

   Fragmento de una nota enviada por la Agencia Novosti a través de la revista "Sputnik" (diciembre de 1989), dice que en la Rusia de entonces, "los niños de hoy se parecen más a su época que a sus padres. De ahí que la lucha contra el estalinismo no sea un problema puramente histórico ni un hurgar en las viejas heridas, como les parece a algunos, sino la base para una decidida democratización de toda la sociedad. Cabe recordar que comenzamos nuestra historia teniendo diversas formas y métodos de administración económica, pero, desgraciadamente, en definitiva llegamos a un solo sistema administrativo burocrático". Por su parte, el periódico "Sovietskaya Kultura" define que el tema central de la XIX Conferencia del Partido Comunista de la entonces URSS (era 1988), "fue trazar, en principio, los marcos de la democracia socialista. Hoy se lucha por el tamaño concreto de esos marcos".

   Por supuesto que el hecho de que los escritores comunistas no hayan sido capaces de crear un solo personaje con que el pueblo pudiera identificarse, fue fundamental en el quiebre que sufrió la URSS, porque el llamado "hombre de izquierda" hoy no evoca absolutamente nada bueno en el espíritu de ese pueblo: es una figura de cartón si se la compara a la que representa para ellos, por ejemplo, cualquier personaje de "La guerra y la paz" de Tolstoi. El triunfo de la ideología prohibitiva en los años 60, 70 y comienzo de los 80 perjudicó gravemente el desarrollo de la literatura rusa (tal cual en Chile durante el régimen de dos décadas de Pinochet), pues muchos escritores y obras distinguidas eran, en realidad, muy mediocres. Sin embargo, luego de los cambios históricos que sabemos, las editoriales contrarias al antiguo régimen y las revistas literarias han logrado publicar obras interesantes que antes de Gorbachov no podían editarse. Traducidas a nuestra lengua, las primeras obras que nos llegaron incluyen títulos como "El foso", de Andréi Platónov; "El corazón de perro", "La isla púrpura" y "Adán y Eva", de Mijaíl Bulgákov; ya conocíamos prosa y verso de Vladímir Nabókov, ahora tenemos sus escritos políticos, y a poetas enormes como Vladislav Jadásevich, Gueorgui Ivanov y Osip Mandelstam, relatos de Borís Pilniak, Yevgueni Zamiátin... a partir de 1992, también, se ha comenzado a divulgar con éxito arrollador un cierto género testimonial, que se inició cuando las dos revistas rusas más populares entonces ("Novi Mir" y "Ogoniok") comenzaron a publicar los testimonios de los sobrevivientes de la época zarista, como las "Memorias" de la ex-princesa Yekaterina Meschárskaya, que levantó una ola de interés por la historia del Imperio de los zares. Ella comienza su libro diciendo: "No estoy orgullosa por el hecho de que entre los Meschárskis haya habido héroes, sino porque entre los héroes de mi patria hubo Meschárskis".

   Esta corriente histórica tiene entre sus patriarcas a los que escribían en las últimas décadas del siglo XX, sin saber si verían alguna vez sus obras publicadas, por pura fe (igual a cómo se escribe en Chile durante la época de dictadura); en todo caso, en Rusia antes del 2000 vieron sus libros editados, entre otros, figuras como Borís Mozháiev ("Hombres y mujeres"); Daniil Granin ("El uro"); Anatoli Ribakov ("Los hijos de Arbat"); Yuri Trífonov ("Desaparición"); Alexander Bek ("Nombramiento"); Vladímir Amlinski ("Cada hora será  justificada"); Vladímir Dudintsev ("Ropas blancas")... entre los ya traducidos a nuestra lengua. Aunque muy diferentes cada uno de ellos en su planteamiento de la anécdota, en todos estos libros que ya conocemos hay una cierta oculta guerra entre fuerzas contrarias:

   "-No entiendo una cosa -dice el académico Riadno en "Ropas blancas" de Dudintsev-. ¿Cuántos eran? ¿Miles? Y yo era uno solo. ¿Por qué se rindieron ante mí?".

   En "Desaparición", Trífonov analiza el estado de confusión y cansancio entre quienes hicieron la Revolución, organizaron el ejército y levantaron la economía, pero que no pudieron mantenerla por no saber resistir a la fuerza del poder unipersonal: esta fuerza los sobrepasa, "y el daño llegó al pueblo". Casi simultáneamente, a partir de 1983, cuando se intuía entre sus artistas el quiebre fenomenal ruso, apoyándose unas a otras, nos llegaron obras sobre destinos cortados bruscamente: el llanto de la madre por su hijo (en "Réquiem" de Ana Ajimátova); el llanto por su padre (en "Por el derecho de la memoria" de Alexandr Tvardovski); los niños que quedaron huérfanos (en "La vieja casa bajo el ciprés" de Fazil Iskander). La novela corta de Anatoli Pristavkin  "Dormía la nube dorada", narra, siguiendo el destino de dos gemelos de 12 años, el destierro político de pueblos enteros...la obra de estos escritores contemporáneos rusos tiene su origen en la fuerza que opusieron al brusco desplazamiento, y luego expulsión, de la corriente del arte de la vida social rusa. Es una obra de resistencia.

   En Chile, es cierto, no sufrimos un siglo de censura, pero las dos décadas del general Pinochet levantaron una especie de muro entre el país y el resto del mundo civilizado. Económicamente el país creció tanto como se disminuyó el flujo de información desde y hacia nosotros. Es curioso observar que los países a medida que se van haciendo más ricos se hacen más incultos. La cultura es patrimonio del pueblo, y como éste nunca tiene plata... quizás esta sea la razón de que en las grandes potencias,  los pueblos  más ricos sean francamente incultos. Hablamos de la cultura como perfume del pensamiento. De las cosas que se analizan una y otra vez a la orilla de un brasero,  lloviendo a cántaros, de las que hablan y comentan en nuestras poblaciones costinas de mar interminable, con el alma sobrecogida. O francamente censuradas como en época tenebrosa. Ahora, preguntémonos, ¿en nuestros países de América existe una literatura de resistencia creada en la desolación totalitaria? ¿Los escritores chilenos silenciados por la fuerza de las armas lograron crear algo? Quizás son preguntas tempranas, pero sí hay atisbos incluso premonitorios de nuestro propio devenir histórico, con voces enormes surgidas de la marea en que tantos perecieron, como la obra de Fernando Alegría, Volodia Teiltelboem, y la poesía de Nicanor Parra, Jorge Teillier, Oscar Hahn y Raúl Zurita (a partir de "Antiparaíso"); narradores como Isabel Allende, Ariel Dorfman, Roberto Bolaño, Luis Sepúlveda, Hernán Rivera Letelier, Pedro Lemebel, Antonio Skármeta... letras dignas.

   Entonces, ¿el mal devino en bien, a su manera inmemorial? La obra creativa que idealmente ha de existir como testimonio de una época represiva, ¿es real en nuestros países latinoamericanos? No nos atreveríamos a negarlo, no, al menos, respecto de Chile. Donde nuestros artistas dan su propia interpretación de los hechos, como se espera de ellos. Preocupándose en general por los abusos de poder, por la mala administración política. Porque, en fin, no se trata que los regímenes dictatoriales militares sean culpa de la izquierda o de la derecha, porque la entronización, venga de donde venga, se convierte igual en una lacra: el totalitarismo es igual de repulsivo viniendo de uno u otro lado. Porque, sin duda, no se trata de discutir qué es bueno o qué es malo, ahora que ya sabemos algo, sino de la estrategia del bien que lucha contra el mal, de la técnica más apropiada en la conducta del hombre libre que quiere seguir siendo, justamente, libre.

   Luego, ¿por qué se necesita hablar de episodios trágicos? ¿Por qué la literatura rusa, tal cual la chilena nuestra actual, analiza hoy su pasado represivo? Natalia Ivanova, del "Voprosi Literaturi", responde: "Ante todo, para tratar de esclarecer en qué medida todo lo ocurrido fue lógico e inevitable. ¿Se debió ello a las leyes implacables de la misma Historia o el aparato encabezado por Stalin condujo a la Historia por ese horroroso camino? Si las leyes de la Historia son conocibles (aunque sea post factum), significa que son dirigibles. De ahí que las investigaciones emprendidas -no sólo de los hechos y sucesos, sino también de la lógica de actuación de diversas personas que componen los vectores históricos- en verdad, pueden permitir pronosticar el desarrollo social de la comunidad actual".

   Se diría que esto tiene que ver con un deseo natural de no volver a ver pisoteada la libertad interior utilizando grilletes de acero, que en fin el golpe es doloroso pero el dolor pasa rápido, no así la impotencia de haber sido golpeado. La libertad interior, sea cual sea nuestra idea de ella, justamente, es el gran legado que dejaron al pueblo ruso sus escritores clásicos, que a estas alturas son de toda la humanidad. Así, los medios editoriales que hoy dan voz a quienes no la tuvieron, o la tuvieron silenciada, demuestran que ese legado de humanidad nunca se pierde, al contrario, permanece soterrado para emerger preciso con una potencia inusitada. Entonces, ¿qué pasa cuando los arquetipos que no fueron capaces de crear los autores adictos a regímenes totalitarios (que sí los hay), son creados por los silenciados por el Estado? Es lógico pensar que ocurren cosas. No es pretensión al respecto en absoluto suponer algo, pero todo lo que hacemos es observar ciertos signos de un universalismo de ideas entre pueblos lejanos de  nuestra civilización, unidad de ideas  que nace, precisamente, de la diversidad de ellas, pero aquejadas unánimemente por la desprotección a que malos políticos del siglo XX sometieron a sus pueblos.

   Es factible pensar que aún pasará  mucho tiempo antes de que suceda el Gran Mestizaje, especialmente porque los ritmos de la cultura son diferentes a los de la economía y la política, además, porque en este momento la religión carece de poder -como lo tuvo antes- para imponer su voluntad a la sociedad: no tiene recursos políticos ni materiales para hacerlo, para imponer un solo Dios a imagen y semejanza de la creencia que sea. En el Gran Mestizaje que comienza a vivir en todas sus  áreas nuestra civilización, mientras todo se "abre", el  área religiosa se "cierra", como si intuyéramos que ese aspecto del alma humana, vedado a la máquina, debe ser cada vez más íntimo, convirtiéndose, ahora sí, en una cuestión inherente a la privacidad, a la inteligencia humana sin otra réplica posible conocida.

   Es decir, cuando nos conectamos a Internet y conversamos con quien esté en línea, allá  en lugares distantes, lo hacemos confiados en la pura buena voluntad humana, transmitimos y recibimos información verdadera, nos hacemos ciudadanos universales por buena voluntad desconocida hasta hoy. En computación y telecomunicaciones debemos estar hacia el segundo día de la creación. Nuestro teléfono ya no suena de manera indiscriminada: recibe, clasifica y contesta las llamadas entrantes. Los medios masivos están siendo redefinidos por sistemas para la transmisión y recepción de información y entretención personalizada. Las escuelas cambian y se hacen lugares de juego para los niños, que arman rompecabezas de ideas y conversan con otros niños de todo el mundo. Otras escuelas hoy son museos. La medicina es diagnosticada cada vez más a distancia, de pantalla a pantalla, igual que podemos hacer para comprar y vender. Nuestra civilización tiene el tamaño del ojo de una aguja, y aún debemos comprimirnos hasta hacernos como el espacio vacío, pero estando allí. El antiguo "ser al no ser".

   Cada vez más los valores arcaicos de las naciones-estado-país dejarán lugar a los valores de las comunidades electrónicas que se harán, a la vez, más grandes haciéndose más pequeñas. Es como haber llevado a números el principio taoísta de hacernos como el espacio vacío para contener, entonces, a todo el espacio. En sociedad comenzamos a relacionarnos en forma de comunidades digitales, en las que el espacio físico es irrelevante y el tiempo desempeña un rol diferente. Miramos a través de una ventana y lo que vemos está  a miles de kilómetros y varios husos horario de distancia. Cuando miramos televisión, ese programa de una hora llegó a nuestra casa en menos de un instante...

   El simple acto de leer "El Aleph" de Borges, por ejemplo, incluirá  la experiencia sensorial de estar físicamente bajo una escalera viendo un solo punto de luz en medio de la tremenda oscuridad en que fuimos encerrados, pero, en ese solo punto de luz, veremos el alba, el medio día y la tarde, el paso de las cuatro estaciones, los seres que pueblan el fondo del mar, un hombre y una mujer haciendo el amor en una estrella lejana... la literatura, en verdad, será  un diálogo con el autor. Todo por la magia del bit, que no tiene color, ni tamaño ni peso y puede desplazarse a la velocidad de la luz, hasta donde sabemos. Un bit es el elemento atómico más pequeño en la cadena de ADN de la información, que describe el estado de algo: encendido o apagado, verdadero o falso, arriba o abajo, adentro o afuera, blanco o negro. Para fines prácticos, la ciencia considera que un bit es un cero o un uno. Hace poco, en los albores de la computación, un bit representaba generalmente información numérica, pero poco a poco el lenguaje digital se fue ampliando (haciéndose más pequeño), y ya es posible reducir a unos y ceros -o sea, digitalizar- cada vez más datos. No es difícil visualizar que pronto, como se ve cada vez más, haremos que todas las cosas "piensen", incorporando la informática a objetos como una silla o los zapatos; será  posible reducir a bits casi todo. Entonces, paradojalmente, somos cada vez más grandes a medida que nos hacemos más pequeños, con la técnica de la mano al mundo digital.

   El Gran Mestizaje ha de ser pura autenticidad. Lo presentimos al ver qué tormentosos nos suenan ahora los antiguos discursos del bloque ateo exaltando la grandeza del hombre, transmutado de modesto trabajador en salvador de la humanidad, o al menos de su pueblo. Esto luego de ver que los líderes de izquierda practican las mismas malas costumbres de los líderes de nuestros países capitalistas: en una y otra parte el pueblo igualmente desprotegido. Porque, con la experiencia sumada de la historia de nuestra civilización, ¿hay un solo sitio en que el pueblo se encuentre realmente satisfecho con sus dirigentes? Que se sepa, no lo hay, y si existe, todos debíamos saberlo. Ningún trabajador en la actualidad está  conforme por la mala distribución de los bienes terrenales, y esta diferencia se hará  mayor a medida que avance el mundo digital; de hecho, el trabajador aún conectado remotamente a las fuentes de producción, que no tenga acceso a la nueva técnica, estará perdido en unos pocos años. Una imagen del mundo nuestro hoy día puede representarse con la del dios hindú Shiva bailando sobre un globo terráqueo en llamas,  naturalmente, anunciando desde las cenizas el nuevo renacer.

   En verdad, cualesquiera puede ser la causa que desemboque en la universalidad que anuncia el Gran Mestizaje, y la que sea, debemos manejarla con la mayor altura. Puede sobrevenir poco a poco, quizás dentro de mucho, mucho tiempo, si es que los detentores del poder económico deciden frenar al pueblo, aunque al final el pueblo hará  su voluntad. También puede surgir por efecto espontáneo, mañana, por ejemplo. Podría suceder si experimentamos algo súbito, brutal, como un desastre ecológico de magnitudes o un virus mortal que comenzara a diezmar definitivamente a nuestra especie. Entonces, necesariamente nuestras fuerzas habrían de unirse. Un desastre a nivel planetario, por nuestra necesidad básica de subsistencia, nos haría de inmediato uno solo. También ocurriría esto muy rápido si, por ejemplo, y de acuerdo al adelanto en nuestra excursión en el espacio exterior, tuviésemos una sorpresa de esas que nos da la vida, como descubrir vida inferior a la nuestra en otra estrella; si así ocurre, ¿qué les enseñaremos para tranquilizarlos?. ¿O es que sólo utilizaremos la fuerza como en nuestras invasiones domésticas? Y si, al contrario, nosotros fuésemos los "descubiertos", ¿con qué filosofía les enrostraríamos para ser respetados? ¿O simplemente retrocederíamos a la calidad de esclavos? Porque, en una situación así, automáticamente nuestra ciencia y tecnología quedarían obsoletas. Constituiría, por otra parte, una falta de prudencia excluir cualquier posibilidad, y no es necesario que de ocurrir algo de esta dimensión, sobrevendría de inmediato la unidad para resguardar nuestra especie.

   Pero si pasaran más y más siglos y pudiéramos visitar más y más estrellas y descubriéramos, finalmente, que estamos irremediablemente solos, que somos el único planeta habitado, que no hay más allá  que nosotros, con la rara misión de poblar el infinito, entonces, ¿no sería suficiente, acaso, para amarnos en verdad los unos a los otros?. Pensar distinto es no desear que vivan los que han de emerger en la marea que a nosotros habrá  de consumirnos.

   Matemáticamente, sabemos, llegará  un momento en que obligadamente deberemos abandonar la Tierra, debido a que nuestro Sol, cada segundo que pasa, transforma en energía para nuestra vida unas 250 mil toneladas de su propia materia, debiendo llegar un momento en que se apagará  naturalmente. Esa energía suya, el astro mayor la distribuye por todo el sistema que controla, o sea, los planetas conocidos con sus satélites: según un cálculo primario, se consumirá  una millonésima parte de la masa solar en los 15 millones de años que están por transcurrir: este tiempo tenemos para prepararnos al éxodo, que el genio humano del siglo XX ya ubicó la primera avanzada junto con poner un pie en la luna. En este aspecto la aventura técnica en el siglo XX dejó de ser una entretención para convertirse en una necesidad que hoy compromete a todas las personas responsables. Por esto fue muy acertada la Asamblea general de las Naciones Unidas, año 1963, donde se concluyó que los astronautas que constituyen las avanzadas en el espacio exterior, sean considerados como "Enviados del Género Humano", tal cual hoy se usa en cada excursión al cielo.   

   Frente al avance vertiginoso de los acontecimientos, es factible pensar que una parte de la población, desprovista de conocimiento al respecto, mal informada, irrumpa en desconcierto, y se pierda aún en quizá  qué nuevos "ismos". He aquí cuando se hace necesario que asuman su función de verdad informativa los medios de comunicación. Porque si los próximos adelantos tecnológicos van a impresionar a la humanidad, es necesario que el hombre esté preparado: mucho más saludable es el miedo racional que el pavor irreflexivo. En todo caso, los únicos preparados para enfrentar el futuro son los niños. Entre tanto, nosotros debemos intentar parecer como que nada nos sorprende...

   Según lo que se sabe, el hombre tiene un millón de años de edad, más o menos. Si en cada siglo pasan tres generaciones, resulta que somos la suma de 30 mil generaciones. Treinta mil generaciones que defendieron nuestro derecho a vivir, que han buscado nuestra felicidad, que han creado y sentido la belleza y también sufrido el horror, que se han equivocado pero también han acertado. Que, en fin, son nuestra conexión a la raíz original. Somos una suma de expectativas que nuestra civilización nunca antes conoció. ¿Hemos de eclipsarnos? ¿Después de todo? Sería injusto. Unirnos para hacer más y concentrada nuestras fuerzas parece lo sensato. Ya no tememos a la asfixia como nuestros antepasados: todo el espacio posible espera por nosotros, porque han de ser innumerables los planetas que encontremos con las mismas condiciones atmosféricas que la Tierra. O con posibilidades para crear las condiciones. Utilizando nuestra nueva metalurgia y una química inédita. Pero es ahora cuando necesitamos una nueva postura del alma, mejor, más de acuerdo a lo que enfrentamos. Porque no es sólo la materia que se transforma, sino también va cambiando lo más íntimo de cada cuál. Los astronautas que abren rutas en el cielo, donde no hay Historia, donde la vida diaria queda reducida a nada, se convierten en hombres nuevos, porque todos ellos, todos los que han viajado al espacio exterior han vuelto diciendo que allá  afuera aprendieron la misión cósmica del hombre, que se hicieron más amplios, se universalizaron.

   Esto no admite ambigüedades, y clama que se transparenten los conceptos, los sistemas y los métodos. El siglo XX lega a los tiempos que vendrán un auténtico desafío. El legado, es cierto, no es un órgano de laboratorio con la perfección del hígado, ni construcciones perfectas como el panal de una abeja, pero esa huella del primer paso que se dio en la luna también es algo eterno. Es cierto que el siglo XX no lega una sociedad justa, pero, es que nunca ha existido una sociedad justa. En todo caso, no se trata de llevar toda la cuestión a lo divino, pero es algo a lo cual todos, entre tanto, debemos estar abocados. Hay quienes dicen que debíamos preocuparnos de solucionar los problemas aquí antes de preocuparnos de ir allá; lo que parece razonable si tuviésemos políticos razonables, pero no es el caso. Por lo demás el hombre no inventa por el puro placer de inventar, aunque, en verdad, no creamos nada, no inventamos nada: sólo vamos descubriendo cosas que ya estaban creadas por el misterio de Dios. Nunca lograremos crear algo que no existiera ya en la naturaleza: quizás esa sea la verdadera tragedia del hombre, el límite de nuestra inteligencia. Pero debemos pensar que es una tristeza necesaria, porque, de todas maneras, nuestra imaginación es tan portentosa que si pudiéramos crear algo que nunca, pero nunca nadie imaginó, entonces, tras un instante fugaz, nuevamente volveríamos a empezar...es hasta posible que el misterio de la existencia de Dios solo exista para no matar nuestro ímpetu vital.

   Por esto mismo también es posible que los pueblos de la Tierra sean uno solo, porque nuestra curiosidad no nos perdonaría si no cubrimos la emoción de sentir como uno solo. Y porque todos, en la meditación, nos sabemos iguales frente a los arquetipos y esplendores. Porque a todos, en fin, nos anima el misterio. Y porque se han roto lastres inmemoriales. Estábamos, por ejemplo, acostumbrados a decir que el Oriente es el Oriente y el Occidente es el Occidente, y nunca habían de encontrarse. Esta idea absurda ha sido la más dominante de cuantas han distorsionado la unidad de nuestra civilización, y se arraigó hondamente en la filosofía y la literatura.

   Afortunadamente, esta idea de perpetua división en Este y Oeste, que si se encuentran sólo puede ser en el campo de batalla, ahora es arcaica. No importa, en absoluto, cuánto describa una situación histórica, social o económica, digamos que aquí existía, en principio, un problema de cortesía. Demasiado tiempo permaneció Oriente y Occidente separado, y hasta el siglo XX, en ignorancia mutua. La experiencia inmediata, cuando la división se ha desdibujado, el comportamiento de uno en relación a otro es de duda y sorpresa, inhibiendo el crecimiento económico inherente a la práctica apreciativa, que impide a cada uno beneficiarse de los logros y experiencias del otro para el bien común. Pero terminarán de caer las barreras, han de ser abolidas las fronteras, desde ahora en adelante, cuando la comunicación tecnológica anuló las distancias.

   Porque, si bien Occidente se ha preocupado de descubrir y utilizar las fuerzas que se encuentran en la naturaleza, inventando herramientas y perfeccionándolas, por su parte, inmemorialmente Oriente enfocó su quehacer inspirando al pueblo con buenas intenciones, creando en él una firme nobleza de conducta y honda visión interior; digamos que si Occidente miraba hacia afuera, Oriente miraba hacia adentro. Hoy cada uno aporta lo suyo, como debe ser, porque una y otra cosa es indispensable para que la semilla que plantemos en dónde sea germine poderosa. Cada vez más una sola civilización conduce esas fuerzas insospechadas que existen en el Universo. La unión de Oriente y Occidente, que lega el siglo XX al futuro, es la fusión del conocimiento y la fe. Esto no necesita mayor explicación.

   Sin embargo, si todos sabemos que la potencia creadora es una sola, ¿por qué existen tantas diversas estructuras religiosas? El hombre, de la región del planeta que fuere, es el resultado de un mismo orden químico, requerimos, en verdad, casi lo mismo para vivir, sin mayores variaciones, sin embargo, unos se consuelan en dioses que no sirven para otros, y se confortan de verdad en su creencia. La ciencia está  fundamentada en axiomas, lo inevitable, uno más uno siempre será  dos. Y ciertamente que en cada estructura, sea cuál sea, está  Dios, que acecha. Esto es lo que importa, que sea cuál sea la manera que usemos para llegar a Él es válido. Es decir, aquí se trata de comportarnos siempre como si estuviéramos en Su presencia, que aunque nosotros a Él no lo veamos, Él siempre nos ve.

   Digamos, entonces, que aquí se trata de encontrar entre todos la verdad, que está  desde el principio depositada en cada corazón. Porque esto es, justamente, lo que nos hace un solo cuerpo: la verdad única depositada en cada ser. La verdad es una sola, hay un solo Dios, único principio perdonador por excelencia. En este sentido, aún nuestra civilización es arcaica, aún creemos que hay muchas verdades religiosas, pero se diría que es cada vez más una cuestión inherente al folklore, a las costumbres regionales.

   Por supuesto que este condicionamiento se ha estudiado y se propone terminarlo de diversas maneras, por ejemplo, copiando de la naturaleza la tela de una araña, bien arreglada y dispuesta, tejidas las diversas partes de un todo; evitando siempre las interpretaciones parciales o unilaterales; oponiéndose a posturas genéticas; haciéndose común a varias disciplinas, auto regulándolas de acuerdo a su efectividad. Esto, sabemos, es el logro de un sueño antiquísimo del hombre. Zenón de Elea, en el siglo IV, ya propagaba el concepto de las cualidades comunes a todos y de la posibilidad de fusionar los distintos pueblos. Aristófanes, el poeta del siglo X, comparaba este proceso con el de hacer un tejido: "Luego habrá  que cardarlo y peinarlo y mezclarlo todo en la cesta del amor y la unidad. Ciudadanos, visitantes, extranjeros y moradores: la comunidad toda, entera e indivisa".

   El respeto mutuo ha sido uno de los más nobles sueños del hombre, ahora también la comunicación hace posible conocer las costumbres, que ha sido fundamental para el ensayo inédito de fusión de bienes económicos entre los pueblos, cuando surge la Comunidad Económica Europea y en 1997 se da a conocer su papel moneda común. Nos parece lógico pensar, entonces, que en nuestros países de América, el sueño de Bolívar se hará real, de acuerdo al ciclo histórico. Y tan rápido como los políticos trabajen, tan sólo tomándose el tiempo de aprender de un pescador cuando teje sus redes.

   Es cierto que el derribamiento de fronteras sólo ahora es algo viable, cuando se han vencido obstáculos como la deficiencia de las comunicaciones. El Tratado de Libre Comercio entre Canadá, USA, México y Chile, resulta también señero en este nuevo esquema. ¿Por qué, precisamente, estos países? No lo sabemos. Es verdad que USA, a partir de 1969, cuando pisa la Luna se ubicó como la potencia tecnológica por excelencia. Canadá es un diamante en bruto, y comentar la riqueza de México resulta un lugar común. Chile, junto a nuestro mar y el cielo abierto al infinito en el norte, tiene la mayor reserva de agua limpia del planeta. Con el agua retenida en los hielos eternos de la cordillera y en la Antártica, se calcula que podría saciar la sed de toda la humanidad más de 300 años... con los inicios tan auspiciosos, es obvia la materialización del pensamiento de Bolívar más pronto de lo creíble, unión que comienza a ser  rebasada con creces desde ya en el mundo virtual que comenzamos a crear.

   Hasta el siglo XX las regiones estaban desmembradas entre sus pueblos, ahora los países se unen, se forman las grandes comunidades económicas y sociales, gestándose una nueva civilización, inédita de cuantos intentos pueda tener registrados la Historia: cuyo fin es guiarnos para no cometer los mismos errores, siempre aspirando a un tiempo mejor, más justo, nada más. Porque, digámoslo, si tocamos nuestra Historia estamos a años luz de los bárbaros que éramos no hace mucho. Sin embargo, en el corazón humano siempre existió un deseo de unirse al semejante, pero no era su tiempo hasta ahora. Por esto el Gran Mestizaje hace pensar en la visión de Alejandro Magno, en el "oikumene" (todo el mundo habitado), que subraya la unidad del género humano; y en el Imperio de Augusto, que unió a tantos y tan variados pueblos sin estorbar su rica diversidad. Pero, aquí además se trata de una unidad basada en cierta madurez implícita al género humano, inflamada por la realidad técnica y el espíritu que la anima.

   Es nuestra nueva sociedad, sin duda, una civilización de cultura tecnológica apoyada en máquinas cada vez más perfectas, cuando los miedos a las herramientas han quedado relegados a la ciencia ficción. Mecánicamente nos hemos hecho enormes. Quizás si alguna vez hasta logremos que una máquina sienta el soplo milagroso insuflado al hombre. Sin embargo, seguirán siendo patrimonio nuestro el amor, las obras de arte y la electricidad. Así como la gran red azul que protege a la Tierra del espacio exterior, la electricidad nos ha permitido tejer otras tantas líneas que cruzan los caminos, y los unen en todas direcciones. Creada ya una corriente de estímulo y contra estímulo sin paralelo, con acciones recíprocas entre las personas en una escala que las generaciones pasadas ni imaginaron.

   Estamos cruzando el borde de una mutación tan extraordinaria, que ha de quedar inscrita como Edad de Oro en la Historia. Al igual que la nuestra, las edades de oro del pasado fueron épocas de enorme confusión. Fueron momentos en que zozobraron antiguas costumbres, pero que en el aire parecía flotar un aroma a que la vida no es en vano. Es como si íntimamente se sintiera ese cierto orden secreto de las cosas, en la razón del ser que no vive sólo para morir. Y es entonces cuando se hace imprescindible el Hacedor de milagros, esa manera suya de pensar las cuestiones y solucionarlas que tuvo Jesucristo. Ese amar a los otros como se amaba a sí mismo, prédica que no ha dicho otro ni antes ni después. Por esto, y mucho más, cualesquiera que sea el pensamiento que ha de venir e inflame a nuestros hijos, su alma deberá tener un matiz profundo en Cristo, porque sólo el amor es fecundo. De eso trata, justamente, lo que anuncian estas líneas: de los actos mágicos que por puro amor realizaba Jesucristo, vistos dos mil años después, ahora cuando nuestra civilización está madura y florece en ella el sentido milagroso de la existencia; en una época en que aún estamos lejos de llegar al orden social, con los recursos económicos mal explotados y peor distribuidos, desprotegido el pueblo por políticos mediocres, lacras vigentes, minorías privilegiadas, falta de educación y acceso a la salud, viviendas inadecuadas, diferencias que han siguen inflamando disturbios masivos de la población en países tradicionalmente ordenados.

   En Latinoamérica, específicamente, las últimas décadas del siglo XX están teñidas de protesta. En Chile, propiamente tal, hemos vivido un cambio fenomenal. Para quienes conocimos el fulgor y muerte del Presidente Salvador Allende, casi veinte años después el derrumbamiento de la ex-Unión Soviética no fue insólito ni sorpresivo. Porque, en 1973, cuando vimos bombardeado el Palacio de La Moneda con Presidente adentro y todo, se diría que fuimos curados de espanto. Hasta ese momento los chilenos podíamos ir de una calle a otra cruzando el patio interior de La Moneda, luego sólo se podía entrar con pasaporte. La mañana de ese septiembre de 1973, la Gran Avenida de Santiago, entre las aceras del Llano Subercaseaux y el Hospital Barros Luco, se volvió una masa de hombres prisioneros, centenares, hincados con las manos en alto. Luego llegaron camiones militares y se los iban llevando; a los vecinos se nos ordenó, casa por casa, cerrar ventanas y postigos. Al atardecer, desde los techos no se veía un alma. Con mi madre estábamos así observando cuando, justo ante nuestros ojos, en ese instante cruzó silencioso y en manera macabra un camión descubierto con su carga horrible: cuerpos inertes de hombres y mujeres, ubicados los muertos en forma de capas superpuestas, "custodiados" por un solo soldado, con su fusil al acecho, arrodillado en lo alto de los cuerpos...

   Cuando se levantó parcialmente el toque de queda en la ciudad, dos días después, y los vecinos pudimos salir de las casas, como otras familias de Santiago, nos fuimos a la Catedral: en el templo mayor católico nos fuimos enterando esos días de los dolorosos hechos. A veces, sin que dejara de transcurrir el oficio religioso, irrumpían multitudes perseguidas buscando refugio; entonces cruzaba corriendo el Deán Fidel Araneda Bravo, quien cerraba las puertas a gritos a los militares; éstos jamás osaron profanar la iglesia. En esos días, cuando los aplausos se remplazaron con pañuelos blancos al aire, la figura del Deán Fidel, siempre infranqueable a las puertas de la Catedral, inflamó de gran fortaleza a los vecinos de Santiago. Y en la realidad, las iglesias a todo lo largo del país fueron entonces el único refugio posible. Algo ocurrió entonces, porque cuando el pueblo puede refugiarse en su iglesia para no ser desgajado, y el templo se hace inexpugnable, es que el Verbo es real, la fe es la práctica, y el consuelo creció en nosotros. Socialmente, en la vida nuestra de cada día, fue tal la magnitud de los hechos que, desde un principio y a manera de como se deshecha lo sin vuelta que darle, el seno de la familia chilena se aprontó a dejar reducidos los sucesos a un despojo en el basural de la historia. ¿Qué más podía hacer una sociedad para renacer de sus propias cenizas? Para el ejercicio de la violencia había sido suficiente. Y se implantó la dictadura larga y dolorosa en que la iglesia chilena cumplió su función por excelencia: la de sanadora. Los curas en especial fueron en su momento el único nexo posible entre el pueblo y la milicia, asumiendo su rol masculino inmemorial: el de escudos. Por decir así: no ensuciaron sus manos en la historia; lucharon de frente por el rencuentro de la dignidad de la persona y la libertad individual. La Vicaría de la Solidaridad, una de las formas a través de la que actuaron los curas, fue uno de los pocos sitios posibles donde el pueblo chileno encontró una medida del consuelo. Digamos ahora que fue posible creer que Jesucristo también tiene su hora, que en verdad siempre está presente, y actúa cuando Le es requerido que actúe. Y estos escritos, en su diversidad están secretamente construidos alrededor de este deseo: hoy es la hora del Hacedor, porque también su hora es todas las horas. O sea, este trabajo es sólo un testimonio de fe en quien dijo: "Porque el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".

   La única ventaja que nos dan los años es cierta autoridad derivada de la experiencia. Permítaseme, entonces, decir que estos escritos los fui terminando a medida que mi propio conocimiento de Jesucristo fue creciendo. Siempre oí hablar de El. Mi abuelo, a cuyo cuidado transcurrió mi niñez, era un heroico militar. Luego del Plebiscito, mi familia se trasladó a Santiago y él hasta jubilarse paralelamente siempre fue miembro activo del Ejército de Salvación. Cuando aprendí a leer, él ya estaba ciego, y yo practicaba leyéndole pasajes de la Biblia. Para mí las escrituras sagradas eran un maravilloso libro de seres fantásticos, de situaciones fabulosas y sitios lejanos. Así fue mi primera impresión de Jesucristo: un ser fantástico, que hacía milagros, y que vivía en los libros o en otra dimensión. Existía sí, pero en un sitio lejano al mío. A El lo sentí realmente en mi vida sólo en 1967, el año en que se suicidó Violeta Parra.

   Los jóvenes son los mismos en cualquier época que vivan, cambian las modas, la música, las artes en general y la técnica, pero todos a los quince años somos revolucionarios. Con mis compañeros del Liceo nos íbamos al Parque Forestal, allí conocimos a Violeta Parra, cantando, y en un homenaje popular que se hizo allí mismo para despedirla, cuando partió, con sorpresa vimos hablando en el estrado a nuestra profesora de Castellano: todo lo que dijo tenía que ver con el puro amor de Dios que había brindado al mundo la gracia de Violeta y su música. Ella nos ayudó a descubrir al Hijo de Dios hecho hombre, a Jesucristo en su dimensión humana: en clases utilizó infinidad de temas; entender las razones de Violeta para dar gracias a la vida y terminarla por propia decisión nos llevó años. De esa época entendí que Jesucristo es, por sobre todo, el Dios perdonador, y hasta ahora entiendo al perdón como primer atributo de Dios a nosotros, criaturas hechas a Su imagen y semejanza. Entonces fue que conocí el poder de la oración, cuando mi cuerpo un día pareció inflamarse en llamas, orando junto a mis amigos de la Cruzada estudiantil para Cristo.

   En 1969, el año en que el hombre llegó a la luna, conocí en la Sociedad de Escritores de Chile a don Fidel Araneda Bravo, que ya entonces era el Deán de la  Iglesia Catedral de Santiago. Su amistad sería en la primera mitad de mi vida un apreciable estímulo. Don Fidel era un hombre esencialmente cálido, de juicio certerísimo, siempre enaltecedor. Fue amigo del célebre Padre Hurtado (era un "santo varón" decía del fundador del Hogar de Cristo), con quien había escrito una guía sobre el apostolado del joven católico en la universidad. Publicó 24 libros hasta su partida en 1993, en que se incluyen sus memorias ("Cómo se pasa la vida"), donde rescata aspectos inéditos de varios presidentes que fueron sus amigos, y del mismo religioso Alberto Hurtado. Para don Fidel la vida diaria debía enfrentarse con optimismo, por eso creía en la juventud ("porque si no tuviésemos fe en los jóvenes la idea del porvenir no tendría ningún sentido"). Era ciertamente polémico. Cuando se le increpa públicamente su crítica el régimen militar de Augusto Pinochet, responde (en "Las Ultimas Noticias, 14-VII-81): "Como me gusta decir la verdad, y hoy en Chile es un peligro decir la verdad, parezco polémico. Sé que no es posible que tomen la iglesia para hacer huelgas de hambre, pero es algo tan delicado...Desde la época de la Biblia se refugiaba la gente en las iglesias, o sea que tampoco es nada nuevo. Por supuesto que nuestro deber primero como Iglesia es la salvación de las almas. ¿Es que se cree que un sacerdote no trata de salvar almas cuando expresa que la tortura debe evitarse por todos los medios posibles? Esto no es hacer política, es enseñar la moral. La dignidad del hombre no puede estar reñida con el ejercicio de la fe cristiana. Si se aplicara el cristianismo, habría, sin ninguna duda, una sociedad más justa". Cuando había asumido formalmente la democracia, declaraba (también a LUN, 29-XII-1991): "Ahora todo es favorable para que Chile salga adelante. A los presidentes, como a los arzobispos, Dios los entrega en el momento preciso en que se necesitan; salvo las dictaduras, que son siempre un signo de atraso". Ya era famosa la anécdota del día en que el general Pinochet lo amenazó con llevarse algunas reliquias de la Catedral, como el monumento de mármol que conserva los corazones de ciertos héroes chilenos, a lo que don Fidel le respondió al instante: "¡Lléveselos nomás, cuando quiera. Sin el ánimo de faltarle el respeto a la historia, no tiene ningún sentido que estén aquí ahora; usted necesita más que nadie corazón de héroe, a ver si recapacita y nos devuelve la democracia, que sería heroico. Y al final es una cuestión de "rima". ¡Lléveselos nomás!"

   Al Deán Fidel le gustaba la música, la lectura, las plantas y la fotografía. Y es dudoso que haya dejado una carta sin responder. En un período no corto de años le escribí desde Argentina, México y USA: jamás dejó de responderme, tres de cuyas cartas incluyo acá, porque estos textos, mínimamente trazados acerca del Hacedor de Milagros, repito, los fue leyendo don Fidel desde entonces, comentando, enriqueciendo o remplazando algún dato, y él solía hacerme notar de lo escrito. Y si alguna vez repito alguna noticia, un suceso o hecho milagroso, me permito decir, a la manera de Dante, que si no llegas a creer lo que cuento, no me sorprenderá, porque yo mismo mientras escribía apenas si lo creía, luego de mucho llegué a hacerlo, confirmando cosas, y, por lo demás, aún ahora, lector, sólo estos son bocetos acerca de Nuestro Señor Jesucristo trazados en afán de  conocerle, a manera de testimonio personal. Nada más.  No es un trabajo definitivo, simplemente porque ningún libro que hable del Hacedor de Milagros puede ser definitivo.

Waldemar Verdugo Fuentes
 

ILUSTRACIONES
Fragmentos Publicados en Papel Vegetal en revista Vogue y diario El Mexicano, B.C.N..
Fotos: Nadine Markova staff-Vogue

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Enero 6 de 2004 Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile
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