sábado, 1 de junio de 2013

FRAGMENTO CINCO DE SEIS.

EL HACEDOR DE MILAGROS
Por Waldemar Verdugo Fuentes.

CINCO

De acuerdo a las leyes conocidas de la naturaleza, ¿los milagros de Jesús son inexplicables? En las últimas décadas se ha estudiado este fenómeno asociándolo con cierta fe que sana: la sugestión. Esta palabra “sugestión” insinúa la acción de introducir en el ánimo de alguien una  idea u objeto, inspirando o haciendo creer que todo es real. Los terapeutas suelen usarla como técnica de curación, pero la nombran “hipnosis”. En el siglo XIX denominaban este estudio con la palabra “magnetismo”, que trata de la atracción de unos cuerpos por parte de otros. Los imanes pueden ser naturales, como la piedra-imán, o artificiales, como el electro-imán. Una brújula o aguja imantada, suspendida en su centro de  gravedad, dirige sus extremos hacia dos puntos fijos de nuestro planeta: los polos magnéticos, el Norte y el Sur. Aplicado este principio a los seres vivos, los científicos notan en sus experimentos cierta influencia que puede ejercer un cuerpo sobre otro, y algunos llegan a asociarlo con la experiencia del amor en su índole atractiva. Esto, en la actualidad ha venido a constituirse en una verdadera corriente, basada en la idea de que los seres humanos pueden aumentar esta influencia incentivando ciertas prácticas, como el pensamiento positivo, la humildad, etcétera. Planteándose que una persona que trabaja su energía en estas áreas, puede curar, prácticamente, a quien quiera y con el puro poder de sus manos. Esto no es nuevo como práctica, pues se sabe que, por ejemplo, las madres tienen sobre sus hijos esta influencia, que será mayor o menor de acuerdo a la necesidad y postura de facultad: lo cierto es que una madre puede arrancar cualquier dolor físico del cuerpo de su hijo, sólo con la imposición de sus manos. Se sostiene que este poder curador de nuestras manos se expresa naturalmente por el simple amor humano, quien ama, sana.

   En el siglo XVIII estudió este fenómeno un científico llamado Franz Mesmer, que denominó a esta fuerza “magnetismo animal”, impresionando a Europa de esa época con sus experimentos, de los que hay detallados estudios. Digamos que a partir de Mesmer nació la escuela de Neo-ocultismo, cuyos esfuerzos fueron muy poco provechosos para la ciencia posterior, porque mezclaron la razón con la superstición, sin criterio de diferencia. Se dice que el mesmerismo del siglo XVIII, el magnetismo del siglo XIX y la sugestión del siglo XX, son ciencias que heredan el espíritu de un mundo antiguo y secreto, esotérico y fantástico, de visiones, augures y oráculos. Pero ¿de qué manera opera este fenómeno de curación, en qué nivel de la conciencia actúa y cómo?  Por medio de la fe, por eso es que se la nombra “la fe que sana”, que de Jesús rescata la intención de ayudar a sus semejantes, haciendo bien en Su nombre al principio con la pura actitud del pensamiento. Porque la verdad es que más allá los milagros de Jesús no tienen que ver con ciencia alguna, ni con una actitud de fe particular. Es cierto que exigía una disposición a su carácter de Hijo de Dios, pero ¿qué fe podía exigir a un muerto, a los sordos, a los que curaba sin que ellos lo pidieran? Él actuó simplemente. No curó por sugestión alguna. La sugestión requiere una técnica específica, y Jesús procedía por modos diferentes; la sugestión requiere tiempo, persuasión, y Él curaba en un instante, muchas veces con la sola vista de su presencia. La sugestión requiere de mucha fe, y Él por propia voluntad sanó a distancia, materializó y duplicó las cosas, el pan, los peces, el vino... es cierto que negar que se puede curar con la sola imposición de manos equivale a negar el simple amor, pero Jesús no tenía nada que ver con esto, no directamente, porque si alguien sanaba con sólo rozar su manto era una acción indirecta. Es claro: Jesús no exigía nada, simplemente vino e hizo milagros.

   Es decir, si para que un hecho sea considerado un milagro se requiere que sea un fenómeno sensible, contrario a las leyes de la naturaleza y que no admita otra explicación que el poder de Dios, entonces, sus hechos fueron milagrosos. Históricamente, de acuerdo a nuestra memoria escrita, los prodigios que se le atribuyen, y tal como aparecen, fueron hechos públicos, distintos al orden conocido, y explicables sólo por intervención sobrenatural. Luego, ¿es Dios? Esta citada memoria escrita, los cuatro libros que conforman el Evangelio, ¿son dignos de crédito? Eran llamados antiguamente “Memorias de los Apóstoles”, para conservarse como “Evangelio”, que etimológicamente significa “buena nueva”. Esto es lo que nos dejaron sus discípulos que le conocieron. En verdad, ningún libro tiene a su favor testimonios tan numerosos y tan constantes. Una tradición ininterrumpida en la práctica desde que fueron escritos inmediatamente después de la vida de Jesús; referencias a ellos en otros escritos de la época y copias de los originales que se conservan en gran parte, algunos de los cuales se remontan al siglo II, es decir, de cuando vivían los discípulos directos de los mismos autores, no permiten duda. La enseñanza tradicional cristiana, se puede decir, prácticamente se inicia igual en forma oral que escrita. Cuando se multiplican los creyentes, que fue de inmediato, la doctrina se esparció a pueblos distantes a través del trabajo misionero, quienes dejaban escrito lo que sabían o enviaban cartas luego para acrecentar la prédica. Luego, los nuevos cristianos, a quienes se señalaban estas obras como el fundamento del nuevo pensar, averiguaban naturalmente cuál era el origen de aquellos cuatro libros y muchos otros más que se han perdido o permanecen como apócrifos, y recibían la tradición: “Este Evangelio es de Marcos, que lo escribió de acuerdo a lo que narraba su compañero Pedro, que conoció a Jesús. Este lo escribió Mateo, el recaudador de impuestos que siguió al Cristo desde las puertas de Jerusalén. Este lo escribió Lucas, apóstol también de Jesús, nacido en Antioquía y muerto el año 70. Presenció la transformación de Emaús y fue compañero constante de Pablo. Cuidó, junto a la Magdalena y otros, a la madre de Jesús en sus últimos años, por eso en el Evangelio de Lucas la Virgen María ocupa un lugar importante, a pesar de su modestia. Escribió también el libro de Hechos.  Este otro Evangelio fue escrito por Juan, el Amado, discípulo predilecto del Cristo, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor. Fue Juan el que nunca abandonó a Jesús, desafiante, jamás dejó de estar cerca del nazareno condenado a muerte, con una resolución tal que nunca un fariseo osó tocarlo. También escribió el libro de Apocalipsis”.

   Desde que aparecieron estos cuatro libros aparecen con el nombre de sus cuatro autores. Jamás caen en contradicción en los sucesos que narran, y les une un hálito común que antes anotamos: nunca divinizan a Jesús. Por esta razón se dice que son escritos inspirados por los designios del espíritu santo, explicando la leyenda del cuarto Rey Mago que se encontró al final con Jesucristo, aportando a su obra los conocimientos que poseía en las palabras y los números. La visión única del Hacedor de Milagros en los Evangelios, entonces, pudo ser secretamente armada. Cuentan su origen humilde, su pobreza, sus necesidades, que tuvo hambre, que estaba cansado, que bebió vino, que jugaba con los niños, que lloraba, que reía, que lo obligaban a hacer milagros como prueba de ser el Mesías, que fue traicionado, que le vejaron y que murió entre dos ladrones. Por eso, cuando se lee el Evangelio, lo que se dice de Jesús, antes que su divinidad, impacta su humanidad. 

   Sin embargo, se piensa hipotéticamente que mintieron los evangelistas, pero ¿qué ganaban con ello? Al afirmar que hacía milagros se condenaban también a morir. Jesucristo dejó tras de sí férreos enemigos, muchos de los cuales estaban vivos cuando se hicieron públicos estos libros, y -al final- es la razón de que también los apóstoles fueron llevados al patíbulo. Pero ya no pudieron impedir que los escritos se copiaran y estudiaran en Jerusalén, en Antioquía, en Corinto, en Éfeso, Tesalónica, en Heliópolis, en Sippar, y luego Alejandría, en Roma, Creta, Chipre, en todos los lugares donde se esparció el cristianismo primitivamente, pasando de mano en mano hasta nuestros días. Luego de leer los Evangelios, uno se pregunta: ¿Si Dios viniera a la Tierra, qué más podría hacer que no hiciera el Hacedor de Milagros?
   El valor póstumo de los Evangelios es que narran un hecho especialmente maravilloso: nos cuentan que la vida de Jesucristo no terminó con su muerte. Los cuatro libros revelan que el Hacedor, después del Calvario, resucitó al tercer día y estuvo aún otros cuarenta con sus discípulos. Ascendiendo luego a los cielos. La afirmación de la resurrección se encuentra además en las cartas que nos quedaron de algunos apóstoles, particularmente Pablo, y en toda la predicación cristiana subsiguiente, con una energía tal que se ubica como el más fuerte  argumento  que  esgrimen  los  creyentes.  Pablo  llega a decir (en “Carta a la Iglesia de Corinto”): “Pues si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos? Y si Jesús no resucitó, vana es nuestra predicación, vana nuestra fe... Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que se siembra no muere.  Y lo que se siembra no es el cuerpo que ha de nacer, sino un simple grano, por ejemplo, de trigo o de algún otro tal. Y Dios le da el cuerpo según ha querido, a cada una de las semillas su propio cuerpo... Pues así en la resurrección de los cuerpos. Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria.  Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra un cuerpo animal y se levanta un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo animal, también lo hay espiritual”.


EL HACEDOR DE MILAGROS
Waldemar Verdugo Fuentes
(Publicado en Fragmentos en Revista "Vogue" y
 Diario "El Mexicano", B.C.N.)
ILUSTRACIONES
Fragmentos Publicados en Papel Vegetal.

Registro de Propiedad Intelectual N° 137.433  Enero 6 de 2004
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile

ENLACE