"Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo" I Corintios 8:2
NOCHEBUENA PARA EL HIJO DEL HOMBRE
Santo y seña: amarás a tu prójimo como a ti mismo, aunque sea un poco, aunque tan sólo trates…
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Foto: Nadine Markova, staff-Vogue
Publicado en Vogue.
Lo bueno era el sudor helado en nuestras sienes;
ciertos escalofríos que recorrían la noche de la infancia como una corriente
eléctrica conectada a lo sensorial, a lo más íntimo que teníamos debajo del
saco, porque si no había sudor, no había magia, y el misterio era absolutamente
necesario en la fecha, en el recuento de las mejores y las peores que habíamos
cometido en la inocencia o en la inconciencia, o, a lo mejor, en toda la
terrible conciencia que posee un niño en sus reservas. Y lo bueno era tener
miedo, y no pura alegría la noche del 24, y esperar temblando, porque el miedo
era parte del encantamiento; entonces lo bueno era el destello en los ojos que
buscaban estrellas, y estar lúcidos para el descubrimiento, porque Santa Claus
atravesaba la noche y había que verlo aunque fuera a través de los vidrios, y
saber al fin por qué nos habían lavado la cara, y la peinada con jugo de limón,
y dos pellizcos para que estuviéramos tranquilos; y cincuenta recomendaciones
de buenos modales y un padrenuestro por el pan nuestro de cada día, que ese día
era con chocolates y fruta confitada, y así, toda una ceremonia que comprometía
la conducta particular -por lo menos- durante las horas de la víspera.
Y era víspera
-el estado del alma- en que la taquicardia asumía un lugar de primera línea y
las urgencias se transformaban en sonrojos y pipí a destiempo y puntadas
aturdidoras; toda esa soberana víspera consiguió pasar la barrera de los años
cumplidos, de tu madurez, de la mía, de la indiferencia de otro, y consiguió
tener su hora en la historia particular y en la historia general, y a eso no
hay vuelta que darle, porque a alguna historia tienes que pertenecer siendo
hijo de madre, de alguna forma nos va a tocar el clima pascuero aunque no sea,
precisamente, con villancicos y campanitas y todas las santas cosas que traen
las tarjetas impresas, aunque la infancia esté lejana y se haya quedado colgada
en un guardapolvo de la escuela, aunque seas mayor de edad y tengas hijos y
nietos, o tú, en soledad; aunque el mundo se transforme con evoluciones y
viajes al espacio y computadoras, y ocurra la muerte y ocurra la vida, y llueva
o truene; la Navidad va a llegar, está llegando para tu bien y el mío, para la
compostura y para la esperanza, porque al fin y al cabo, somos hijos todos.
Y lo bueno es
que cada hijo tenga su parte de noche de paz y de noche de amor.
Porque el
amor -se ha dicho tanto- debe preocuparnos desde la largada, y en eso estriba
todo. Para qué insistir más.
Para que si
en ti y en mi hay un niño, no hay que olvidarlo, es importante, es principal el
niño, sobre todo a esta hora cuando mucha infancia anda en las calles duras
buscando un pecho, una mirada para quedarse, y a lo mejor la ternura depende de
tus ojos, y el chocolate depende de tus manos, y muchas cosas que no son el
arbolito, dependen de la postura del corazón, hay que reconocerlo; porque la
indiferencia mata y la soledad no pregunta; y no es necesario escribir un
cuento de Navidad para traer a terreno el sentimiento, porque la piel hay que
tenerla delgada siempre, afinada, como quien dice.
Y no
porque ahora vaya a ser 24 o 25 de diciembre y el nacimiento de Jesucristo nos
toque donde mejor se pueda, y veas, y veamos pinitos con luces, y nos
pertrechemos con rosca de reyes; no por eso, solamente, fijemos una noche de
paz o una de amor para el techo familiar: pequeño círculo cerrado, porque la
nochebuena comprende el hemisferio, este canto debe ser como la noche
(comprenderlo todo) con la realidad y una composición de lugar estrictamente
verdadera. Y que el canto no se nos vaya al infinito, ni a explorar estrellas desconocidas,
ni se transforme en puro villancico, en tarjeta de felicidad; porque la luz
debe estar en nosotros, compartida a ras de tierra, porque el canto deber ser
la paz de ahora, la noche y el día del amor para los que vienen detrás de
nosotros.