viernes, 22 de diciembre de 2006

REYES MAGOS CON VILLANCICOS.

Año Nuevo con Reyes Magos
Por Waldemar Verdugo.

La adoración de los Reyes Magos nos la transmitió el Evangelio según San Mateo, cuando dice: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en los días de Herodes el Rey, he aquí que unos magos, venidos de las regiones orientales, llegaron a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que nació? Pues vimos su estrella en el Oriente y venimos a adorarle”. En verdad, hoy se dice, estos hombres no eran ni reyes ni eran magos; se trataba de tres astrónomos de la Escuela de Astrología de Sippar en Babilonia. Como se ha dilucidado, los caldeos fueron uno de los pueblos de la antigüedad más avanzados en el conocimiento de los astros, siendo la de Sippar la primera Escuela formal que se conoce para el estudio de los fenómenos celestes. Ahora bien, desde la época de Nabucodonosor, que conquistó al pueblo judío y llevó a sus tierras gran número de ellos en calidad de esclavos, las principales actividades de Babilonia estaban infiltradas, por decirlo de algún modo, de israelitas. Por lo que se dice hace mucho que estos tres hombres eran astrónomos posiblemente judíos del país de Babilonia.
Derecha: Irak, la tierra actual de los Reyes Magos.

La historia de los Reyes Magos, en la tradición escrita, aparece en el siglo III, cuando se les nombre en el "Opus Imperfectum in Hattheum”, en que se les cita sin mentar nunca su fisonomía, sus nombres o sus edades. En el “Libro de Set”, redactado en la región de Edessaa a finales del mismo siglo III, se les alude nuevamente: “A las puertas mismas del Oriente y en las costas del océano, había un pueblo que conservaba un libro atribuido a Set, sobre esta estrella que iba a aparecer y el género de presentes que habrían de ser ofrecidos, tanto que pasaba por haber sido transmitido a través de diversas generaciones de padres a hijos y entre los hombres de ciencia. Este pueblo había elegido entre los suyos a doce hombres, los más sabios y más vinculados a los misterios celestes, a los que habían encargado de esperar la aparición de la estrella. Si uno de ellos moría, su hijo o la persona a él más allegada venía a ocupar su lugar. Se les llamaba Magos por el mismo hecho de su lenguaje, al glorificar a Dios en silencio, sin palabras, en un lenguaje secreto. Cada año, tras la recolección de las cosechas tenían por costumbre ascender a una de las cumbres de su país, llamada Monte Victoria, en una de cuyas laderas se abría una caverna acogedora de fuentes y arboledas, y llegados a ella se hacían abluciones después de rogar y alabar a Dios en silencio durante tres días. Y así cada generación. Vivían siempre atentos, con el temor de que no fuera en su tiempo cuando apareciese la estrella de la felicidad, hasta el día en que apareciéndose por encima del Monte Victoria y ofreciendo el aspecto de un niño y por encima el aspecto de una cruz, la estrella se dirigió a ellos, les hizo revelaciones y les empeñó a partir para Judea. En ruta, la estrella les precedió durante dos años, y nunca ni el alimento ni la bebida faltaron en sus sacos de provisiones... A su retorno continuaron honrando y glorificando al Altísimo, con más entusiasmo, si cabe; su predicación se extendió a todos los ámbitos de su país, captando un buen número de creyentes. Y años después, tras la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, cuando el apóstol Tomás arribó a su provincia, se unieron a él, y una vez bautizados, le ayudaron en su predicación”.
Esta es, pues, delimitada en sus principales rasgos la leyenda de estos tres hombres. A partir de entonces, primero la iconografía se abocó a materializarlos. En el siglo XII se nos presentan ya como personas bien conocidas; cada uno con su nombre, una edad, un título, una fisonomía particular. Pero esto se logró paulatinamente: así, en el siglo V, San León, Papa, fijó su número definitivamente en tres, cercenando una leyenda que hablaba de cuatro Reyes Magos, siendo el cuarto un sabio que se perdió en el camino desde Babilonia, y que sólo llegaría a conocer a Jesucristo 33 años después: cuando el Hacedor iba cargado con la Cruz camino al Gólgota; antiguas crónicas hablan de él ayudando a cargar el Madero al Redentor. Se dice que a la muerte de Jesucristo se integró a los cristianos errantes y pudo haber esparcido, entre otros conocimientos, la Escuela de la Qabalah, que estudia la relación entre las letras y los números, ayudando a los apóstoles a escribir los Evangelios del Nuevo Testamento. La Qabalah es un tipo de sabiduría tradicional que pretende tratar en toda su extensión los problemas del origen y naturaleza de la Vida y la evolución del Hombre y del Universo.
La palabra Qabalah deriva de una raíz hebrea (QBL) que significa "recibir", también "tradición", es, por tanto, la sabiduría secreta transmitida oralmente de maestro a discípulo. Históricamente, el conocimiento del cuarto Rey Mago es la enseñanza Mística Judía que se refiere a la interpretación iniciática de las escrituras hebreas, y ha influido notablemente en teólogos y filósofos renombrados como Ramón Llull (1315) metafísico escolástico y alquimista; el Papa Sixto IV (1484); Pico de Mirándola (1494); John Reuchlin (1522) que hizo renacer la Filosofía Oriental en Europa; H. Cornelius Agrippa (1535); Jerónimo Cardan (1576); Guillermo Postel (1581); Juan Pistorius (1608); Jacob Boehm (1624); el rosacruz Robert Fludd (1637); Henry More (1687); el jesuita Athanasius Kircher (1680); Knorr von Rosenroth (1689). Entre los exponentes más cercanos, podemos destacar a John Baptist von Helmont, el físico que descubrió el hidrógeno, Baruch Spinoza, el filósofo judío alemán excomulgado y "ebrio de Dios", el Dr. Henry More famoso especialista de Platón en Cambridge, y el escritor argentino Jorge Luis Borges, que en el siglo XX la acercó al público lector a través de múltiples referencias en sus populares obras literarias. El origen de la Qabalah se pierde en las brumas del tiempo, porque siendo una tradición oral, no se conservan registros de sus orígenes, sin embargo, se pueden vislumbrar ciertas evidencias de que sus raíces se remontan hasta los rabinos hebreos que florecieron en los tiempos del segundo templo, alrededor del año 515 antes de Jesucristo, siendo el cuarto rey mago descendiente del grupo que sufrió cautiverio como hebreos en Babilonia, que los condujo a la formación de esta filosofía, por la influencia de la tradición y dogmas caldeos sobre la tradición hebrea, remontándose la Qabalah a aquellas Escuelas Místicas que poseían el saber recóndito en los tiempos bíblicos como el de Samuel, los Esenios, y Philo. El hecho es que no puede demostrarse históricamente su procedencia, aunque tradicionalmente su introductor fue el Arcángel Metatron, cuya sabiduría preservaba por tradición y sería la contribución del cuarto rey mago, del cual ya en el siglo VI se pierde su historia. Los tres Reyes Magos tradicionales aparecen en las iconografías representados con marcadas edades diferentes: dos de ellos con barba y el tercero imberbe. Es posible que con esto se pretenda simbolizar las tres edades del hombre: sesenta, cuarenta y veinte años. Asimismo las tres razas humanas admitidas en la antigüedad: la blanca, la negra y la amarilla, prefiguradas en el Antiguo Testamento por los tres hijos del patriarca Noé: Sem, Cam y Jafet; de esta forma, el homenaje era rendido por representantes de los tres puntos en que se dividía el mundo conocido: Libia-Etiopía, Asia y Europa. Sólo faltaba dar un nombre a los tres hombres; siendo "magos" lo lógico era que se les identificase con un nombre de origen persa, y ya lo encontramos en un texto del siglo IX, en que dice: “Pues Gaspar ofreció el oro, revestido de una túnica jacinto, simbolizando el matrimonio. Melchor ofreció la mirra, llevando un ropaje de distintos colores, símbolo de la penitencia, y Baltazar, el incienso, vestido en color azafranado, como símbolo de virginidad”. Después de esto, el nombre de los Magos dormirá durante tres siglos en el subconsciente popular, hasta el pretendido descubrimiento de sus cuerpos en Milán y su posterior traslado a Colonia.
La ciudad de Colonia -la antigua Colonia Agrippina romana-, situada en un punto estratégico del curso del Rhin, no lejos de los confines del mundo bárbaro, servía de ciudadela al Imperio de Roma y después al Imperio Carolingio. Desde su coronación como emperador del Sacro Imperio, en 1152, Federico Barbarroja no tuvo más que un objetivo: restablecer en su integridad la antigua grandeza del Imperio Romano, luego de 25 años de luchas contra el papado y contra las ciudades de Lombardía. En 1154, Barbarroja había arrasado las ciudades de la Italia septentrional que se le resistieron, y se había hecho consagrar Reyen Pavia; cuatro años más tarde la revuelta estalló nuevamente. El emperador volvió, se impuso duramente sobre las ciudades Lombardas; luego, ante la resistencia abierta de Milán, le puso sitio. Al cabo de un mes, Milán capituló. Durante el sitio, los milaneses tomaron la decisión de destruir los arrabales de su ciudad, temiendo que fueran utilizados por los sitiadores en su propio beneficio. De esta forma se procedió a demoler un antiguo monasterio, situado extramuros, donde se descubrieron entre las ruinas de la iglesia abacial, unas reliquias que hasta esa fecha habían sido olvidadas por todos, siendo transportadas con gran cuidado dentro de la ciudad: las reliquias eran tres cuerpos incorruptos, encerrados en sarcófagos ricamente ornamentados; llegándose a la conclusión de que eran los cuerpos de los tres Reyes Magos que habían adorado a Jesucristo en su nacimiento. Según las crónicas se afirma que fue la misma Santa Elena, madre del emperador Constantino, quien, en el siglo IV, había logrado reunir los cuerpos de los tres hombres, llevándoselos a Constantinopla, en donde reposaron por espacio de muchos años, hasta el reinado del emperador Manuel, quien habría regalado las reliquias al Obispo de Milán, el noble de origen griego Eustaquio. A partir de entonces se había ignorado su paradero, hasta ser descubiertos, siete siglos después, durante el sitio de Milán. Así, cuando Barbarroja decide arrasar la ciudad y dispersar la población, el Arzobispo de Colonia, se lleva consigo las reliquias encontradas en la destruida Iglesia de Eustaquio y, desde hacía cuatro años, protegidas en San Jorge de Milán, desde donde serían definitivamente trasladas a la Catedral de San Pedro de Colonia; siendo instituida entonces la noche del 5 y la madrugada del 6 de enero, con la celebración de la fiesta de la Epifanía, una celebración en honor de los niños como recuerdo a los tres hombres adoradores.
Hoy, de la infinidad de historias tejidas alrededor de los Reyes Magos, se desprende que en verdad eran tres hombres pertenecientes a la religión de Zoroastro (el profeta de la antigua Persia), que eran muy versados en todo lo relativo a la física y matemáticas celestes. ¿Cómo llegaron a saber que el que venía era Judío? Porque en el antiguo Imperio Asirio se atribuía a los israelitas el signo zodiacal de los Peces. En esa época, justamente, estaban en conjunción los planetas Júpiter y Saturno y el primero se encontraba en la constelación de Piscis. Si la tradición recordaba que una estrella fulgurante sobre la constelación de Piscis anunciaría al Mesías de los Judíos, ese debía ser el momento. Además, unos 700 años antes del Hacedor, Miqueas había dicho: “Más tú, Belén Efratá, eres pequeña para figurar entre las regiones de Judá; de ti me saldrá quien ha de ser dominador en Israel”. Además, entre los signos, había un estado cierto de tensión entre los Judíos, porque en el pueblo circulaba el rumor de que Dios, mediante una señal divina, indicaría el advenimiento de un soberano judío que había de terminar con la dominación romana. En estas circunstancias, cuando los judíos esperaban un gran suceso, fue que los astrónomos de Sippar vieron en Babilonia el fenómeno desusado en el cielo: hacia la constelación de los peces surgía un signo celeste. Era el momento anunciado, sin dudas.
Durante cientos de años, estudiosos de diversas ramas de la ciencia se quebraron la cabeza intentando descifrar qué cosa habían visto en el cielo los Reyes Magos. El misterio fue aclarado, en verdad, el 17 de diciembre de 1603, cuando el astrónomo Juan Kepler, cuya ley acerca del movimiento de los planetas continúa vigente, encontrándose una noche sentado al aire libre en las cercanías de Praga, observando como siempre el cielo, vio que dos planetas, Saturno y Júpiter, se juntaban en la constelación de Piscis, dando origen a una estrella de notable luminosidad. Al calcular sus posiciones, Kepler recordó de pronto un relato del rabino Abarbanel, que daba pormenores sobre la influencia que los astrónomos judíos atribuían a dicha constelación. La conjunción de Júpiter y Saturno, ¿se había producido en la época del nacimiento de Jesucristo, y eso era la estrella de Belén?. Kepler repitió sus cálculos varias veces y estableció que en el año 6 antes de Jesucristo se había producido la misma conjunción de los astros y en la misma constelación de Piscis. Kepler dejó constancia de su hallazgo en numerosos libros, pero sólo la comprobación científica de nuestros tiempos podía verificar el descubrimiento, y esto ocurrió en 1925, cuando el erudito alemán P. Schnabel descifró una escritura cuneiforme de la Escuela de Astrología de Sippar; comprobando que en el año 7 antes del nacimiento de Jesucriso (y no en el 6 como dictaminó Kepler) se había producido en tres ocasiones la conjunción de Júpiter y Saturno. De allí fue más factible reconstruir la historia de los Reyes Magos. La ciencia actual acepta que hacia finales de febrero del año 7 antes de Jesucristo, Júpiter pasó de la constelación de Acuario para encontrar a Saturno en la constelación de Piscis, el símbolo de Israel. El 29 de mayo tuvo lugar la primera aproximación con una diferencia de cero grado de longitud y 0,98 latitud a los 21 grados en dicha constelación. El fenómeno se pudo apreciar durante dos horas al alba. La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre del mismo año, y la tercera y última el 4 de diciembre. En cuanto a Júpiter, para todos los pueblos antiguos era el símbolo de la realeza.
Según los datos que conocemos, el nacimiento de Jesucristo ocurrió en los días de Herodes, rey de Judá (Mt. 2:1; Lc. 1:5). Según Flavio Josefo, Herodes el Grande murió después de un reinado de treinta y cuatro o de treinta y siete años “desde el día en que fue proclamado rey de los romanos” (Antigüedades xvii, 191), al poco tiempo después de un eclipse lunar (xvii, 167) y posiblemente justo antes de la pascua judía. Su muerte generalmente se ha fijado en la primavera (allá marzo-abril) del año 4 antes del nacimiento de Jesucristo; esto es, cuando Herodes tenía setenta años, en el año 750 de Roma. Aún concediendo tiempo para la visita de los Reyes Magos a Herodes en su ruta hacia Belén, no hay necesidad de creer que el niño Jesús (Mt. 2:11) fuera de tanta edad como de dos años (Mt. 2:16). El nacimiento de Cristo tuvo lugar mientras P. Sulpicius Quirinius era gobernador de Siria (Lc. 2:2). Su término de oficio no se conoce con precisión y debe haber sido después de su consulado en el 12 a. J.C. y antes del 6-7 d. J.C., cuando su edicto de imponer impuestos a los judíos condujo al levantamiento de Judas el galileo (Hch. 5:37; Antigüedades xvii, 1-26). Esto ha conducido a fechas sugeridas tan temprano como el 11 a. J.C., para el nacimiento del niño Dios. Ni los escritores romanos ni otros escritores mencionan a Quirinius como estando en Siria en ese período, aún cuando él era un importante oficial romano con responsabilidades en el Este durante algunos años y fue gobernador de Siria en el 6-5 a. J.C. Por tanto, aún cuando el año 4 a. J.C., o poco antes, es una fecha favorecida, no existe certeza de cuando nació Jesucristo. Las mismas fuentes cristianas han variado entre el 4 y 1 a. J.C.; un estudio de 1966 ha argumentado poderosamente por el año 1 a. J.C. (Journal of Theological Studies, xvii, 283-298), sobre la base de fechas revisadas para Herodes el grande. Efectivamente el hecho que los pastores estaban apacentando sus rebaños en la noche (Lc. 2:8), probablemente indica la estación invernal. Si bien es cierto que la fecha precisa de su nacimiento no se conoce todavía (otro estudio del Anales Católicos, firmado por el presbítero e investigador inglés James R. Cliford en 1980, cita como año posible el 7 a. J.C., que parece ajustarse mejor a la evidencia), no es la fecha asunto vital, sino más bien el hecho de que Jesucristo vino al mundo. Sin embargo, formalmente, el día 25 de diciembre es mencionado como Su fecha de nacimiento por primera vez en el año 354. Bajo el emperador romano Justiniano fue reconocido legalmente como día festivo, desempeñando un papel en la elección de ese día la antigua festividad de Roma conocida como “el día del nacimiento del jamás vencido”, el día del solsticio de invierno y, además, el último día de las saturnales, que había degenerado en un carnaval. Hoy es la fiesta que congrega a mayor número de personas en la Tierra, quedando definitivamente en los calendarios como Navidad. Se celebra su llegada con cantos y regalos, con églogas y misterio. La singular escena en la caverna de Belén, desde entonces, ha sido inmortalizada en pintura, mosaico, oro, plata, marfil y bordados de seda, así como también en humildes pesebres construidos con modestia. En toda la Tierra, donde hay un cristiano, se cantan villancicos, así sea en los puntos más alejados de nuestra civilización.
En Chile, por ejemplo, hoy predominan aquellos villancicos de carácter semipopular y pastoril; se les nombra a estos cantos más frecuentemente “aguinaldos”, y hasta el siglo XIX se interpretaban sólo en las iglesias. Con el advenimiento del siglo XX los cantos al Hacedor de Milagros en su día pasaron a ser patrimonio del pueblo mismo. El aguinaldo de la zona campesina inmediata a Santiago, es una tonada o canción con letra alusiva siempre al hecho:

Despierta Niñito Dios
a los rayos de la luna.
Ay, Niño Divino,
mi encanto, mi amor.
ábreme las puertas quiero
antes que me den las dos.
Despierta Niñito Dios,
a los golpes del reloj
no te duermas otra vez
ábreme las puertas quiero
antes que me den las tres.
Despierta Niñito Dios,
no te duermas con reparo
ábreme las puertas quiero
antes que me den las cuatro.
Despierta Niñito Dios,
a los golpes y a los gritos
ábreme las puertas quiero
antes que me den las cinco...

Zona eminentemente agrícola la del campo en las afueras de Santiago, el villancico chileno o aguinaldo canta en esencia a la alegría de la naturaleza, al poder del verano que en el país ha llegado y, por sobre todo, al misterio del nacimiento sagrado. Ante el pesebre, los pastores y todos los principales de la región evocan los poderes de la Tierra nuestra de cada día inclinada con reverencia ante la sagrada familia:

Las aves en el instante
se entonaron y siguieron,
cantaron cuando lo vieron
al hermosísimo infante.
El tordo cantó ligero,
con discretas melodías
y al parecer les decía:
ya es nacido el verdadero.
El chincolito cantaba
en aquel feliz recinto
y los tilos que le armaban
un precioso laberinto.
El manso zorzal cual otro
cantó sobre aquel Edén
y conociendo su instinto
tabaco pidió el pequén.
De las vegas el queltehue
fue a cantarle al Niño Dios;
parece que descifraba
perdónenme mi mala voz.

El villancico del norte de Chile, en las regiones desérticas más áridas de la tierra, tiene la particularidad de ser bailado, y se canta con acompañamiento de bandas, guitarras y acordeón. Lo bailan comparsas de niños con vestimentas llamadas “cuyaca”, que se inspiran en el Axol (el bello traje telar de la cordillera de los Andes del sur de América); el baile se expresa en figuras de contradanza, y se practica durante toda la novena del Niño Dios, que culmina el 6 de enero para Epifanía. El “Arurú” es un aguinaldo típico de esta región:

Ay, mi chiquitito,
ay, mi Manuelito,
en medio de la paja,
como un jilguerito.
Arurú, mi Niño,
arurú, sin par,
ojos de lucero,
boquita de coral.
Yo le traigo al Niño,
este corderito
para que lo cuide,
cuando grandecito.

El villancico de la zona sur de Chile, adentrándose hacia la Antártica, en la zona más austral del mundo, el canto no sólo tiene función ceremonial en Navidad; se canta también en los famosos Velorios de angelitos. Una melodía melismática se entona entonces en la región, como este aguinaldo que pertenece específicamente a la isla grande de Chiloé:

Vamos a Belén, pastores
que ha parido una pastora
un Niño que es un primor
y ella de contento llora.
Un oyito en su barbita
luce Él muy agraciado
y allí quisiera quedar
y allí vivir sepultado.
Vamos a Belén pastores
a ver al Niño Jesús
que ha nacido entre las flores
más hermoso que la luz...

En México, singularmente, se conserva la antigua tradición de celebrar las Posadas de la Sagrada Familia con gran jolgorio: son las fiestas más alegres del año, mismas que en el resto de América se vuelven puro acto de contrición. He tenido la oportunidad de celebrar las Posadas en el Distrito Federal y han sido días de puro jolgorio, porque son días de profundo significado esencialmente felices porque anuncian la llegada de Dios a la Tierra; son actos de adoración envueltos en un tiempo circular que dura lo que transcurrió de tiempo peregrinando la Sagrada Familia. Se celebra cada día a partir del día quinceavo de diciembre hasta la noche misma del día veinticuatro. A través de los años el pueblo ha ido inventando versos de singular belleza e ingenio que hoy están incorporados al ritual, como los que se repiten para dar o pedir posada:

Fuera Dentro

1
En el nombre del cielo Aquí no es mesón,
te pedimos posada sigan adelante,
porque no puede andar yo no debo abrir,
mi esposa amada. no sea algún tunante.

Fuera Dentro

2
No seas inhumano, Ya se puede ir,
téngannos caridad, y no molestar,
que el Dios de los cielos porque si me enfado
te lo premiará los vamos a apalear.
3
Venimos rendidos No me importa el nombre
desde Nazareth, déjenme dormir
yo soy carpintero no que yo les digo
de nombre José. que no hemos de abrir.
4
Posada te pide, Pos’ si es una reina
amado casero, quién lo solicita
por sólo una noche ¿Cómo es que de noche
la reina del cielo anda tan solita?
5
Mi esposa es María, ¿Eres tú José?
es reina del cielo, ¿Tu esposa es María?
y madre va a ser Entren peregrinos
del divino Verbo. no los conocía.
6
Dios pague señores, ¡Dichosa la casa
vuestra caridad, que alberga este día
y que os colme el cielo a la virgen pura,
de felicidad. la hermosa María!

Al abrir las puertas Al despedirse los peregrinos

Entren santos peregrinos, Mil gracias os damos
reciban esta mansión, que en esta ocasión
que aunque es pobre la morada, posada nos disteis
os la doy de corazón. con sencillo y leal corazón.
Cantemos con alegría, Pedimos al cielo
todos al considerar, que esta caridad
que Jesús, José y María os premie colmándoos
nos vinieron a honrar. de felicidad.

Las posadas mexicanas, cada día de ellas, en sus jornadas encierran su propia simbología. Primera posada: Reanimación de la fe. Segunda: Fuerza. Tercera: Fortaleza. Cuarta: Humildad ante la vanidad del mundo. Quinta: vigorización del espíritu por el avivamiento del fuego del amor. Sexta: La cortesía del que sabe. Séptima: La paciencia. Octava: La fuerza de la labor diaria; el día en que María limpia las inmundicias del lugar que les alberga, para esperar la llegada. Novena: Júbilo por la llegada del Hacedor. Es la aurora del cristianismo; cuando se quiebra la piñata y brota del interior dulce y fruta, y el pueblo canta versos que tienen que ver con sus cosas de cada día:

Esta noche es nochebuena
noche de comer buñuelos:
en mi casa no los comen,
por falta de harina y huevos.
...
Castaña asada
piña cubierta,
denle de palos
a los de la puerta.
...
Como está alegre
esta posada,
pero en mi copa
no han servido nada.
...
Ándale amigo,
no te dilates
con la canasta
de los cacahuates...

Es cierto que en las canciones para festejar la ocasión que ha creado el pueblo mexicano, es donde están sus verdaderos sentires, su espíritu navideño. Una de las más bellas extendida al resto de América es “Mañanitas al Niño Jesús”, en versos de cuatro estrofas y antífona, que cantan:

Despierta niñito lindo
si acaso dormido estás,
adorándote postrados
nuestros cánticos oirás.
Ya viene amaneciendo
Ya la aurora ya brilló
Abre niño tus ojitos
Mira que ya amaneció.
Con acordes celestiales
te venimos a cantar,
suplicándote te dignes
nuestros cantos escuchar.
Ya viene amaneciendo...
Que hermosa mañanita
de la aurora a los fulgores
en que todos te adoramos
oh amor de los amores.
Ya viene amaneciendo...
Con todos los serafines
te estamos aquí cantando
con arpegios de violines
a nuestro Dios adorando.
Ya viene amaneciendo...
Todos en esta mañana
embriagados de tu amor
te cantamos Aleluya
porque eres el salvador.
Ya viene amaneciendo...
He aquí todos los niños
con sonajas y tambores,
entonan sus villancicos
como unos ruiseñores.
Ya viene amaneciendo...
Para siempre hoy los hijos
de tu amante Coyoacán,
te consagran a sus niños
que tuyos siempre serán.
Ya viene amaneciendo...
Todos juntos a tus plantas
con el alma y corazón
te pedimos nos concedas
ya tu santa bendición.
Ya viene amaneciendo...
Ya partimos y nos vamos
llenos de tu bendición,
nuestras vidas te dejamos
dentro de tu corazón.
Ya viene amaneciendo
Ya la aurora ya brilló,
Abre niño tus ojitos
mira que ya amaneció.
Lo cierto es que, no obstante las barreras políticas y las diferencias de temperamento, de costumbres y fronteras que dividen al hombre el resto del año, todos los pueblos cristianos celebran con el mismo espíritu el nacimiento de Jesucristo. No obstante las barreras del idioma, las voces se hacen una sola para alabarle. El Hacedor de Milagros, propiamente, habló en el idioma nombrado Arameo, que hoy, en los años del cambio de milenio, apenas sobrevive. Al cabo de dos mil años, casi se encuentra extinguido. Uno de los escasos bolsones en que se habla es en la región de Maaloula, específicamente en la aldea de ese nombre, en las montañas de Siria. El Arameo es absorbido definitivamente por el moderno arábigo, el idioma oficial de Siria actual. En Maaloula el idioma, incluso, sólo es hablado, no escrito. Y ha sido traspasado a través del tiempo verbalmente de generación en generación. También lo hablan en dos aldeas menores de la región: Jaba’din y Najafa; formando un conglomerado que basa todo su orgullo en preservar la lengua de Jesucristo, pero, hoy, se encuentran seriamente amenazados por el traslado que han debido sufrir desde sus montañas a las ciudades por decisiones gubernamentales. Se sabe que existían documentos sobre la historia formal del lenguaje Arameo, idioma estrechamente ligado al hebreo y al sirio, pero desaparecieron durante el mandato francés en la región entre 1922 y 1946; quizás si alguna vez aparecerán. Lo poco que se sabe hoy de la lengua de Jesucristo es que surgió junto con ese grupo humano: los Arameos son los ancestros de los modernos Sirios; eran nómadas que se establecieron en torno a Damasco en el siglo XIII antes del Cristo, sin que se sepa de dónde venían. Hace miles de años, sin embargo, lograron influenciar toda la región, hablándose su lengua a través del Oriente Medio, pero fue siendo olvidada. Aún subsiste allí un bolsón formado por un puñado de aldeas empotradas en las laderas de los farellones de los montes Kalamoun, a 50 kilómetros al norte de Damasco, pero no corresponde al original lenguaje, ubicándosele como “dialecto occidental” del Arameo, que comenzó a degenerar a partir del Levante antes de la conquista islámica en el siglo VII. Hay aún otra variación conocida como “dialecto oriental” del Arameo, que se practica en un bolsón formado por comunidades pequeñas de Irak, Turquía meridional y el sudoeste de la antigua Unión Soviética. Lo cierto es que la lengua original que hablaba Jesucristo sólo se conserva en las montañas en torno a Maaloula, que en moderno arábigo significa “umbral”.

FUENTE: Artes e Historia-México
© Waldemar Verdugo Fuentes
Sociedad de Escritores de Chile.